Ana creía que, mientras no conociera a otra persona, no sería capaz de pasar página. Pero se equivocaba. Lo único que necesitaba para olvidar a Javián era abrir los ojos.
Un día, sin saber muy bien cómo, se dio cuenta cuán fuerte tenía anudada la venda que se los tapaba. Tanto le apretaba, que sus ojos se habían inundado de una tristeza que había llegado a amoratar su mirada. ¡Con la mirada tan especial y tan bonita que siempre había tenido!
Fue capaz de dejar de martirizarse con preguntas el día que descubrió que ya no le interesaban las respuestas.
Fue capaz de volver a caminar cuando se dio cuenta que ya no quería estar parada por más tiempo.
Fue capaz de sonreír cuando se dio cuenta que ni siquiera merecía el río de lágrimas que había derramado por él.
Fue capaz de seguir disfrutando de todo lo que había en su vida cuando se dio cuenta que llorar porque él no fuera ni estuviera, le impedía disfrutar de los que sí están y son.
Fue capaz de ver que, seguramente, lo mucho que le decía que la quería y todas las cosas bonitas que le decía siempre habían sido pura palabrería cuando se dio cuenta y supo aceptar que, llegado el momento, él había sido incapaz de demostrarle su amor y luchar por ella.
Fue capaz de dejar de vivir en el gris cuando se dio cuenta que la vida allí era mucho más fea. Y que ya bastante había con que él viviera allí.
Fue capaz de dejar de mirar hacia atrás cuando descubrió que delante había muchas más cosas y que merecían la pena mucho más.
Fue capaz de volver a la estación, dispuesta a seguir subiéndose a otros trenes que la llevarían a mil sitios, cuando se dio cuenta que el único que había dejado escapar el tren de su vida había sido él. Fue entonces cuando supo que ella no quería cometer el mismo cobarde error.
Fue capaz de ver lo egoísta que era cuando descubrió que las pocas cosas buenas que le habían pasado desde que lo dejaron, a él no parecían importarle en absoluto.
Fue capaz de pasar página el día que se dio cuenta que haber tropezado una y otra vez con la misma piedra ¡ya era más que suficiente!
¡Valiente imbécil -aquél del que tan perdidamente se enamoró- dejando escapar a alguien que lo amaba de verdad!, pensó. Pero a Ana eso ya no le mortificaba; comprendió que Javián no era la persona adecuada que realmente se merecía estar a su lado. El hechizo con que el falso príncipe había encantado a la princesa, por fin, se había roto.
¡Aún se pregunta cómo pudo permitirse a sí misma durante tanto tiempo que el dolor de su ausencia le amargara tanto la existencia!
Durante meses, se resistió a reconocerlo, a pesar de que los que la conocen bien y la quieren, se lo advertían. Pero no hay mayor ciego que el que no quiere ver.
Un día, sin saber muy bien cómo, se dio cuenta cuán fuerte tenía anudada la venda que se los tapaba. Tanto le apretaba, que sus ojos se habían inundado de una tristeza que había llegado a amoratar su mirada. ¡Con la mirada tan especial y tan bonita que siempre había tenido!
Fue capaz de dejar de martirizarse con preguntas el día que descubrió que ya no le interesaban las respuestas.
Fue capaz de volver a caminar cuando se dio cuenta que ya no quería estar parada por más tiempo.
Fue capaz de sonreír cuando se dio cuenta que ni siquiera merecía el río de lágrimas que había derramado por él.
Fue capaz de seguir disfrutando de todo lo que había en su vida cuando se dio cuenta que llorar porque él no fuera ni estuviera, le impedía disfrutar de los que sí están y son.
Fue capaz de ver que, seguramente, lo mucho que le decía que la quería y todas las cosas bonitas que le decía siempre habían sido pura palabrería cuando se dio cuenta y supo aceptar que, llegado el momento, él había sido incapaz de demostrarle su amor y luchar por ella.
Fue capaz de dejar de vivir en el gris cuando se dio cuenta que la vida allí era mucho más fea. Y que ya bastante había con que él viviera allí.
Fue capaz de dejar de mirar hacia atrás cuando descubrió que delante había muchas más cosas y que merecían la pena mucho más.
Fue capaz de volver a la estación, dispuesta a seguir subiéndose a otros trenes que la llevarían a mil sitios, cuando se dio cuenta que el único que había dejado escapar el tren de su vida había sido él. Fue entonces cuando supo que ella no quería cometer el mismo cobarde error.
Fue capaz de ver lo egoísta que era cuando descubrió que las pocas cosas buenas que le habían pasado desde que lo dejaron, a él no parecían importarle en absoluto.
Fue capaz de pasar página el día que se dio cuenta que haber tropezado una y otra vez con la misma piedra ¡ya era más que suficiente!
¡Valiente imbécil -aquél del que tan perdidamente se enamoró- dejando escapar a alguien que lo amaba de verdad!, pensó. Pero a Ana eso ya no le mortificaba; comprendió que Javián no era la persona adecuada que realmente se merecía estar a su lado. El hechizo con que el falso príncipe había encantado a la princesa, por fin, se había roto.
¡Aún se pregunta cómo pudo permitirse a sí misma durante tanto tiempo que el dolor de su ausencia le amargara tanto la existencia!
Durante meses, se resistió a reconocerlo, a pesar de que los que la conocen bien y la quieren, se lo advertían. Pero no hay mayor ciego que el que no quiere ver.
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