dimecres, 12 de setembre del 2012

Cuatro sonetos de amor



I

Decir “te quiero” con la voz velada
y besar otros labios dulcemente,
no es tener sed, es encontrar la fuente
que nos brinda la boca enamorada.

Un beso así no quiere decir nada,
es ceniza de amor, no lava hirviente,
que en amor hay que estar siempre presente,
mañana, tarde, noche y madrugada.

Que cariño es más potro que cordero,
más espina que flor, sol, no lucero,
perro en el corazón, candela viva…

Lo nuestro no es así, a qué engañarnos,
lo nuestro es navegar sin encontrarnos,
a la deriva, amor. a la deriva.

II

Me avisaron a tiempo: ten cuidado,
mira que miente más que parpadea,
que no le va a tu modo su ralea,
que es de lo peorcito del mercado.

Que son muchas las bocas que ha besado
y a lo mejor te arrastra en su marea
y después no te arriendo la tarea
de borrar el presente y el pasado.

Pero yo me perdí por tus jardines
dejando que ladraran los mastines,
y ya bajo la zarpa de tus besos

me colgué de tu boca con locura
sin miedo de morir en la aventura,
y me caló tu amor hasta los huesos.

III

Otro domingo más sin tu mirada,
dejándome morir frente a la gente
que pasa y que traspasa indiferente
a mi canción de amor desesperada.

Una yegua de celos colorada
corre llena de furia por mi frente
y galopa de oriente hasta occidente
en busca de tu falsa coartada…

Porque yo sé de más que en esta hora
hay alguien que los labios te devora
y comparte las cepas de tu vino.

Mas, como de perderte tengo miedo,
no ahondo en la maraña de tu enredo
y comulgo con ruedas de molino.

IV

Peso poco en tu vida, casi nada,
como un leve rumor, como una brisa,
como un sorbo de fresca limonada
bebido sin calor y a toda prisa.

No adelanto el compás de tu pisada,
ni distraigo la salve de tu misa,
y en tu frente de nardo desvelado
no llego a recuerdo ni a sonrisa.

Y en cambio tú eres todo, mi locura,
mi monte, mi canción, mi mar templado,
el pulso de mi sangre, la llanura

donde duermo sin sueño ni pecado,
y el andamio en que apoyo con ternura
este amor que nació ya fracasado.

                                                            Rafael de León