dimarts, 18 de gener del 2011

Libertad

La libertad es ser quien soy
y no lo que esperan que yo sea.
Incluye mi libertad de decidir
donde quiero estar en cada momento.
Libertad es pensar lo que pienso
y no necesariamente lo que deberia sentir,
o lo que otros hubieran sentido,
o lo que esperan que yo sienta.
Libertad es correr los riesgos que yo decida correr,
siempre y cuando esté dispuesto
a afrontar por mi mismo los costos de dicho riesgo.
Jorge Bucay.

Para tí pequeñas cosas


Tus manos son mis raices
tus ojos cuchillos finos
tus brazos lazos, tu pecho regato
tu piel mi río.
Tu cuerpo barro en mis manos
tu pelo, lino tejido
tus besos, noches sin alba
tu aliento, calor del mío.
Para tí pequeñas cosas
para mí por las que vivo.
Tus besos, noches sin alba
tu aliento, calor del mío.
Tus pasos son mi camino
tus deseos mi destino.
son tus palabras los versos
de este cancionero mío.
Díme que sea tu sábana
y me bañaré en tomillo.
dí que sea primavera
y me haré hielo derritido.
Para tí pequeñas cosas
para mí por las que vivo.
Díme que sea guitarra
y mi cuerpo será sonido.
Yo que tú, yo que tú
me daría por vencido
que si ahora pido cariño
luego tú serás vendido.
Yo que tú, yo que tú
me daría por vencido
que si ahora voy despacio
despacito serás mío.
 
 

El Aleph

Nadie te ama más que yo


En el mar más profundo me guardo el sentimiento
Y si el a...mor nos ata, lo esparciré en silencio
Haré que la ternura te llegue entre las olas
Y que el rocío del alba jamás te encuentre a solas
Que la espuma te arrulle dormido entre mis brazos
Y ser como la espuma besándote los labios y

Océanos en calma se harán en noches largas
Mar cálido, mar bravo, mar nuestro, mar salado
Mareas en movimiento que en el peor momento
Nos funda en un abrazo y sea el final del cuento
Que no hay amor perfecto sin ti, y que así

No habrá nadie que te quiera más que yo
Dentro y fuera de esta tierra, como yo
Puede ser que no lo veas, o tal vez que no lo creas
Bien lo sabe Dios, que en el mundo del amor
No habrá nadie que te quiera más que yo

En el mar más profundo inventaré mil sueños
Que caigan lentamente como del mismo cielo
En tus ojos cariño cerrados o despiertos
Y en medio de los años haré que sean eternos
Haré de mi un refugio cuando el dolor te duela
Porque en lo más hermoso también se tienen penas y

Océanos en calma se harán en noches largas...

No habrá nadie que te quiera más que yo...




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Rituales de fin de año para cada signo


Antes de empezar, recordad que los inciensos y velas utilizados para rituales hay que encenderlos con cerillas de madera.

 ARIES - Sujetar con la mano derecha cualquier elemento de hierro o plomo. Prende incienso de Palo Santo y una vela roja. Cerca de las 12 de la noche se dice: A la luz de esta vela limpio todo lo negativo y que mi deseo se cumpla. Yo te lo pido. Cerrar los ojos y pedir el deseo. Deja la vela consumiéndose.

TAURO - Tener una maceta de ruda o albahaca y decir junto a ellas: Esta vez mi suerte no se muda. Mentaliza tu deseo.

GÉMINIS - Busca un Buda sonriente y dices: Con este Buda chino de risa, que venga la fortuna a toda prisa. Esparcir por todos lados el Baño de Florecimiento de Ruda (se hace con ruda y flores rojas sumergidas en infusión de jazmines) para asegurar prosperidad para el próximo año.

CÁNCER - Tener agua bendita, (mejor si es de 7 iglesias) y cuando todos celebren las 12 de la noche, echarse una buena cantidad por todas las partes de cuerpo. Puedes retener un poco en la boca y luego expulsarla hacia arriba y decir: Con esta agua bendita, mi nueva meta alcanzaré rapidita. Visualizar el deseo.

LEO - Deberás purificar el ambiente con el Baño de Florecimiento de Palo Santo (Palo Santo y flores de margarita en una infusión de verbena), necesita despojarse de toda negatividad y decir: Con el Palo Santo yo me encanto y de las malas vibraciones yo me aparto. Que este deseo se cumpla. Mentalizar el deseo con fuerza.

VIRGO - Es mejor hacer este ritual en la playa, pero también puede hacerse en otro lugar siempre y cuando se tenga en la mano derecha arena seca en una botella o envase y en la izquierda agua salada. Mezclar lo suficiente para hacer una bola de barro y decir sosteniendo con las dos manos: Como esta bola de barro, de mi suerte yo me agarro.

LIBRA - Consigue un talismán de la suerte todo lo antiguo que se pueda. También puedes reemplazarlo por un talismán de metal o una figura de tigre de metal. Sujetar en la mano derecha y decir: Que mi voluntad no emigre, yo triunfaré en el Año del Tigre. Cerrar los ojos y concentrarse.

ESCORPIO - Deberás tomar tres pizcas de sal y soltarlas para atrás por encima del hombro izquierdo y decir: Con esta sal yo corto toda la mala suerte que a veces porto. Visualizar que se aleja todo lo negativo.

SAGITARIO - Cuando den las 12 campanadas, tendrás que dar ocho pasos empezando con el pie derecho y decir: Con el pie derecho comienzo y con mi fe toda la mala suerte deshecho. Concéntrate en tu deseo.

CAPRICORNIO - Deberás tener un imán en la mano y decir: Con la fuerza de éste imán y el poder de mi mente, magnetizo todo y que el éxito esté siempre presente. Cerrar los ojos y respirar hondo con tu deseo en la mente.

ACUARIO - Deberás tener en la mano derecha el conocido Tercer Ojo. También puedes utilizar un tigre de plata y decir: Con esto alejo el mal de ojo y mis deseos se cumplirán a mi antojo. Sería importante recibir a las 12 de la noche un Baño de Ruda.

PISCIS - Conseguir ocho flores: 2 rojas, 2 blancas y 4 amarillas. Extraer los pétalos y al sonar las 12 de la noche decir: Con flores me limpio, con flores me levanto y que mi deseo se cumpla por desearlo tanto. Concéntrate y visualiza.

 Tanto si realizas el ritual como si no te decides a practicarlo, lo más importante en esa noche es que te sientas lo más feliz posible, que la alegría llene tu casa y rodee a los que más quieres. Es la mejor manera de comenzar un nuevo Año.

Me da lo mismo

Alli estaré


El tiempo se agota. Las horas corren como minutos. Los minutos como segundos, y los segundos desechos antes de ser.

La mujer camina de un lado al otro de la calle, evita pisar las rayas de las baldosas, andando casi de puntillas, a modo de pequeños y ridículos saltitos.

Al llegar a su altura la gente traza una curva para esquivarla. La miran de reojo al pasar por su lado, como si de un momento a otro pudiera echarse encima de ellos.

Es pequeña. Tiene las manos enfundadas en unos guantes de lana con diminutos rotos. Junta las manos a la altura del pecho, y con la cabeza gacha, masculla una letanía de inconexas palabras a modo de oración.

El rostro está congestionado: manchas rojas en las mejillas, ojeras pronunciadas, la nariz húmeda a causa de las lágrimas. Llora despacito, como si no fuera consciente de hacerlo. Llora a la par que sorbe por la nariz los mocos que no se suena.

Parece pequeña pero no lo es.

Sus pies están embutidos en unas deslumbrantes zapatillas nuevas de estar por casa. La lluvia que hace rato cae perseverante, ha calado la suela. Sus calcetines mojados se encargan de llevar el frío a sus piernas, y de allí a su corazón.

El se lo había prometido. Le había dicho: "a las cinco iré a por ti". Y ella le había creído. No tenía motivos para no hacerlo.

Pero ahora que el reloj de la torre marcaba las cinco y media, ahora que el miedo y el frío la habían convertido en estatua de sal, empezó a hacerse preguntas.

Y todas ellas comenzaron a tejer una tela de araña, negra y viscosa a su alrededor. Se pegaron a sus ojos como una sucia venda, que se intentó quitar entre gritos, dejando su rostro surcado de arañazos.

Cayó al suelo, rendida. Volvió a caer. Cayó, y no pudo ya levantarse más.

Una suave presión en sus hombros la izó. Una mano fuerte pero delicada apartó los restos de telaraña pegados a su pelo. Unos ojos la obligaron a mirarlos y la trajeron de vuelta. Despacio.

En silencio la condujo a un banco, se arrodilló, y le quitó las húmedas zapatillas. Cogió entre sus manos los menudos pies y los frotó, para hacerles entrar en calor. Sacó de una bolsa unos zapatos y calcetines, y se los puso con delicadeza.

Cenicienta y el Príncipe, en una grotesca versión del cuento.

--¿Nos vamos a casa?

Ella por respuesta se abrazó a su cuerpo y enterró la cabeza en él.

--Creí que no vendrías.

--¿Cuando he dejado de venir? Y la sonrió.

Pero su semblante estaba serio. Quizá un día no podría encontrarla. Y entonces... ¿qué?

La mujer se deshizo del abrazo y echó a correr por la avenida. Dobló una esquina y se adentró en una calle sin salida.

El la siguió sin prisas. Ella le esperaba agitada, en medio del callejón, expectante.

Cuando llegó a su altura, la sonrió. Asintió con un gesto, y ella, dejando salir una risa limpia, armónica y afinada, que retumbó en las paredes de su pecho, echó atrás la cabeza.

Entonces se irguió y echó a volar.

El hombre se apresuró a coger rápidamente el hilo, y condujo su cometa a casa.

El trigo negro

Corrientemente, cuando después de una tormenta se recorre un campo donde crece trigo negro se le ve ennegrecido y seco. Podría decirse que un incendio lo ha devastado.

El labrador suele decir:

- Es el rayo quien ha hecho esto.

Pero, ¿por qué lo ha hecho? Yo voy a contaros lo que me dijo el gorrión, y el gorrión lo sabía del viejo sauce que estaba al borde de un campo de trigo negro, y aún está allí. Es un sauce grande y venerable, pero todo arrugado y muy viejo, partido en el centro, criando en esta hendidura hierba y musgo. El árbol inclina su copa, y sus ramas penden hasta tierra como si fuesen una larga cabellera.

En todos los campos que le rodean crecen cereales, cebada, centeno y avena. La linda avena que tiene aspecto, cuando está madura, de una multitud de pequeños canarios sobre un tallo. La recolección se anunciaba buena, y cuando más gordo estaba el grano, más humildemente se doblaba.

Pero había también un campo de trigo negro, que estaba al mismo pie del añoso sauce. Y el trigo negro no se doblaba del todo, como los otros granos. Inflexible y orgulloso, llevaba la cabeza bien alta.

- Soy tan rico como las espigas -decía-. Además, soy mucho más bello. Mis flores son tan lindas como las del manzano y es una delicia mirarlas.

¿Conoces tú, viejo sauce, algo más hermoso y soberbio que nosotros?

Y el sauce inclinó su copa como para decir:

- Pues sí. Claro que sí.

El trigo negro, bufando de orgullo replicó:

- ¡Qué árbol tan estúpido! ¡Es tan viejo que le crece la hierba en el vientre!

Se desencadenó una terrible tempestad. Todas las flores de los campos plegaron sus pétalos o inclinaron sus cabezas delicadas mientras la tormenta se desataba por encima de ellas. Por el contrario, el trigo negro se estiró arrogante.

- Agáchate como nosotras -le decían las flores.

- De ninguna manera -replicó el trigo negro.

- Agáchate como nosotros le gritó el trigo candeal-. El ángel de la tempestad se dirige hacia acá.

Sus alas llegan desde las nubes hasta la tierra y te cortará por la mitad antes que hayas podido suplicarle que te perdone.

- Bien; pero yo no quiero agacharme- contestó el trigo negro.

- Cierra tus flores y aprieta tus hojas- le dijo el viejo sauce-. No mires al relámpago cuando la nube se abre, porque en el relámpago se ve el cielo de Dios, y esta visión puede cegar hasta a los hombres. ¿Y qué nos pasará a nosotros, productos de la tierra, si nos atrevemos a mirarlo, nosotros, que somos tan inferiores?

- ¿Tan inferiores? -dijo el trigo negro-. Precisamente quiero ver el cielo de Dios.

Y eso fue lo que hizo en su insolente altivez. El mundo parecía un ascua de fuego, de los relámpagos que se sucedían.

Cuando pasó la tormenta, las flores y las espigas se estiraron con su aspecto tranquilo y puro, reconfortadas por la lluvia, pero el trigo negro estaba quemado por el rayo negro como el carbón. No era más que una hierba muerta e inútil.

El viejo sauce agitó sus ramas al viento, y de las verdes hojas cayeron gruesas gotas de agua, como si el árbol llorarse, y los gorriones preguntaron:

- ¿Por qué lloras? Se está tan bien aquí. Mira cómo brilla el sol, cómo huyen las nubes. ¿No aspiras al aroma de las flores y de los capullos? ¿Por qué lloras, viejo sauce?

Y el sauce habló del orgullo, de la arrogancia y del castigo del trigo negro. Cosa que no se evita jamás, aunque no se diga. Yo, que cuento esta historia, se la oí contar a los gorriones... una noche que les pedí un cuento.

Hans Christian Andersen