divendres, 28 de gener del 2011

Una mujer


Intento conciliar el sueño. Tumbada de lado en la cama, cierro al fin los ojos, y pruebo a mantener a raya los demonios con mi espada de madera.

El aire de la habitación se espesa, hay un cambio sutil e impreciso en su olor --jazmines quizás--, y me revuelvo inquieta entre las sábanas...

Ante mis ojos cerrados aparece una mujer. Camina erguida de un lado a otro del salón: es alta, morena, lleva el pelo recogido sobriamente en un moño, dejando desnuda su blanca nuca. Está ataviada con un vestido rojo --rojo sangre--, de terciopelo, ceñido a la cintura, y una camisa que le cubre recatadamente el pecho. En el cuello y las muñecas encaje blanco sobresaliendo pulcramente del vestido. No lleva joyas, ni adornos.

Está delante de una chimenea, sola, aguardando. No está impaciente, pero sí alerta. El vestido cruje con sus movimientos, y lo que a primera vista me pareció terciopelo parece convertirse en seda.

A un lado hay una jaula de pájaro vacía, con barrotes pintados de blanco, y coronada en su cúpula por un delicado racimo de uvas.

La alfombra que pisa la mujer es lujosa, oriental, roja también, de dibujos intrincados y elegantes. Absorbe sus pasos, silenciándolos, creando electricidad estática a su alrededor. Se me ocurre en ese momento que bien podrían apuñalar a alguien en ese salón y nadie distinguiría la sangre en el suelo ni las manchas en su vestido.

Es como estar viéndola por el agujero de una cerradura. Oigo el suave tic-tac de un reloj de pared. La habitación no tiene luz, quizá es de noche, quizá un escenario de teatro.

Súbitamente, tengo la sensación de que la mujer sabe que la estoy mirando, de que está allí por mí, que es a mí a quien espera. Pero no sé como he llegado hasta ella y lo que es más importante: ¿por qué?

Me resulta extraña. Su presencia es penetrante, dura, seca, y a pesar de todo eso --sorprendentemente-- me calma, me cura. Cuando me doy cuenta del efecto que produce en mí, me relajo, y cuando lo hago, comienzo a perder su imagen.

Y después se va. Y después me duermo, y hasta el amanecer no despierto.



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