dijous, 2 de juny del 2011

Muerte

 
Al despertar los ruidos una mañana fría
me arrebató la muerte lo que yo más quería.
 
Oh muerte insobornable, de inflexible guadaña,
que siegas el palacio al igual que la cabaña.
 
¿Por qué no cortas sólo la cosecha madura,
las mieses agostadas, o la maraña oscura?
 
¿Por qué arrancas el árbol joven y florecido,
pisoteas las rosas y destruyes el nido?
 
¡Qué suprema injusticia tratar de igual manera
al niño balbuciente y al viejo que te espera!
 
Y un día inesperado sigilosa llegaste,
sin llamar a la puerta... y me la arrebataste
 
aún brillando en sus ojos el intenso fulgor
que reflejaba el fuego de su primer amor;
 
y aún reciente en sus labios el calor de los besos
que otros jóvenes labios la dejaron impresos;
 
y aún resonando el eco vibrante en sus oídos
de las palabras tiernas y los dulces gemidos.
 
Y tú me la llevaste, cruel y caprichosa,
antes de que pudiera ser madre o ser esposa.
 
Tú apagaste sus ojos y helaste su sonrisa,
y la arrancaste el alma, que se perdió en la brisa.
 
Yo te maldigo, muerte, porque tu mano siega
tanta vida temprana con inclemencia ciega;
 
porque en los rudos giros de tu lúgubre danza
asesinas las almas y entierras la esperanza.
 
¡Cómo siento tu ausencia, cómo me invade el frío,
cómo el mundo en mi entorno parece tan vacío,
 
tan inútil, tan lejos, desde que tú te fuiste;
y cómo me he quedado tan dolorida y triste!
 
Sólo la dulce imagen de tu gentil belleza
aligera la enorme carga de mi tristeza.
 
Pero cómo me faltas, y cómo yo te añoro,
y cómo noche y día te recuerdo y te lloro…
 
 
Fue al despertar el día, que sus ojos durmieron,
cuando los ruiseñores su canto enmudecieron;
 
Fue al despertar el día, cuando una noche oscura
se me  instaló en el alma, y abrió mi sepultura;
 
Fue al despertar el día, cuando una lluvia densa
me inundó con el llanto de su nostalgia inmensa.
 
Pero yo ahora te pienso como un ángel callado
con eterna sonrisa que está siempre a mi lado.
 
Y al sentir que la brisa juega con mis cabellos,
sabré que es la caricia de tus manos en ellos...
 
Francisco Alvarez Hidalgo


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