Porque llegaste del ensueño mismo,
súbito y espontáneo,
rompiendo ligaduras imposibles
con atrevidos brazos.
Porque en la sombra, densa y sin orillas,
fuiste un momento blanco:
soplo fugaz de giros jubilosos,
voz de risa y de canto.
Porque advertiste el signo de mi angustia,
cuajado en hierro amargo;
adivinando en la inquietud rebelde
el impulso amarrado.
Porque tu beso te nació en el alma
y no sólo en los labios:
savia que reventó, dulce y violenta,
en rosa de milagro.
Por tu fino sentido de ternura,
nido de mi cansancio,
donde confiada la tristeza-niña
pudo dormir un rato.
Por las tardes de octubre, por las noches
enjoyadas de astros;
cuando vibraba en el caudal de vida
ritmo celeste claro.
Por el móvil fulgor que aprisionaba
la seda de tus párpados;
por la palabra bella que envolvía
el pensamiento diáfano.
Por el ovillo tibio de caricias
enredado en tu mano;
por la dicha de amor que no cabía
en el pecho esponjado.
Por el vértigo loco de las horas
que se fueron, volando...
Por el dolor que nos cayó, de golpe,
como cifra de pago.
Va este mensaje de añoranza ingenua,
persiguiendo tu rastro
por las rutas profundas del silencio,
con instinto de pájaro.
Ha de llegar a ti casi sin fuerzas:
pequeño y azorado;
ala de miedo, pico de nostalgia,
corazón de fracaso.
Y en el círculo quieto del recuerdo,
sobre tu pecho cálido,
tímidamente soltará el motivo
de su arrullo delgado.
súbito y espontáneo,
rompiendo ligaduras imposibles
con atrevidos brazos.
Porque en la sombra, densa y sin orillas,
fuiste un momento blanco:
soplo fugaz de giros jubilosos,
voz de risa y de canto.
Porque advertiste el signo de mi angustia,
cuajado en hierro amargo;
adivinando en la inquietud rebelde
el impulso amarrado.
Porque tu beso te nació en el alma
y no sólo en los labios:
savia que reventó, dulce y violenta,
en rosa de milagro.
Por tu fino sentido de ternura,
nido de mi cansancio,
donde confiada la tristeza-niña
pudo dormir un rato.
Por las tardes de octubre, por las noches
enjoyadas de astros;
cuando vibraba en el caudal de vida
ritmo celeste claro.
Por el móvil fulgor que aprisionaba
la seda de tus párpados;
por la palabra bella que envolvía
el pensamiento diáfano.
Por el ovillo tibio de caricias
enredado en tu mano;
por la dicha de amor que no cabía
en el pecho esponjado.
Por el vértigo loco de las horas
que se fueron, volando...
Por el dolor que nos cayó, de golpe,
como cifra de pago.
Va este mensaje de añoranza ingenua,
persiguiendo tu rastro
por las rutas profundas del silencio,
con instinto de pájaro.
Ha de llegar a ti casi sin fuerzas:
pequeño y azorado;
ala de miedo, pico de nostalgia,
corazón de fracaso.
Y en el círculo quieto del recuerdo,
sobre tu pecho cálido,
tímidamente soltará el motivo
de su arrullo delgado.
Claudia Lars
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