Mi profesor decía que tenía un talento innato para la pintura. Mi habilidad para utilizar esta forma de expresión artística era natural, intrínseca en mí. Sabía perfectamente donde iba cada trazo, cada pincelada de color y sombra. Había pasión en mis primerizas obras.
Un día mi profesor me invitó a un sesión de retrato de desnudo, dijo que me ayudaría mucho para afinar mi sentido de la proporción y la forma. El cuerpo humano, no importando si somos gordos, flacos, chaparros o altos es perfecto, simétrico y hermoso. La idea simplemente me encanto.
Ese día llegué puntual a la cita. La clase estaba destinada para 15 alumnos, yo tomé mi lugar justo en la parte de en medio en frente de la tarima donde estaría la modelo. Acomodé mi bloc en mi caballete y afilé mi lápiz y muy paciente esperé la llegada de los demás.
Muy solemnemente, como acostumbraba hablarnos mi profesor, dijo a todos que este ejercicio nos sería muy útil para apreciar la simetría del cuerpo pero sobre todo para comunicarnos y conectarnos con el alma del que retratamos. Dijo algo así como “no dejen que los guíen sus ojos, sino su corazón, deben conectarse con el alma que retratarán en sus lienzos”. Esas creo fueron sus palabras.
La expectativa era alta y las ansias de empezar eran cada vez mayores, hasta que por fin llegó la modelo. Era una chica esbelta, con la cabellera negra, lisa y larga que le llegaba casi a la cintura, su piel era pálida y sus ojos verdes mar. Nuestras miradas se cruzaron por segundos en el lapso en que ella entró al salón y se dirigió al pequeño vestidor en la esquina de éste.
Salió envuelta en una bata blanca y se acercó a la tarima. Mi profesor habló con ella unos minutos para explicarle la pose que deseaba y le entregó una rosa, ella la tomó entre sus manos moviendo la cabeza de forma afirmativa diciendo algunas palabras que no alcancé a escuchar.
Subió a la tarima y la bata sencillamente se deslizo al piso. Se colocó acostada boca abajo con las piernas cruzadas hacía arriba, su cabeza alzada apoyada en sus brazos con la rosa en una de las manos y mirando a su costado, mirando directo hacia mí.
- Tienen toda una hora muchachos- Dijo mi profesor. El sonido de los lápices contra las hojas blancas se hizo presente como un pequeño concierto de cigarras mal entonadas y casi mudas. Frente a la hoja en blanco, con el lápiz en la mano mire al alma que retrataría.
Su mirada parecía perdida pero dirigida haca mí de forma constante y profunda, mire su espalda arqueada, sus piernas torneadas, su largo cabello deslizándose por sus brazos y espalda, sus labios rosados, sus ojos profundos como el mar. Mi piel empezó a erizarse no podía dejar de mirarla, casi podría decir que su olor llegaba hacía mí a través de una estela invisible, empecé a sentirme embriagado. En medio de ese trance hipnótico, la rosa que ella sostenía cayó silenciosa al suelo. Yo sin pensar me levanté rápidamente y a tropezones llegué a la tarima casi de rodillas y levanté a la marchita flor para entregarla a su portadora. En ese momento nuestras caras quedaron en el ángulo exacto, nuestras miradas se convirtieron en espejos convexos, nuestros alientos se mezclaron en un imperceptible suspiro y entonces la besé.
O me besó, no lo sé, pero nuestros labios se fundieron en la parsimonia del primer beso, seguida de la osadía que le sigue al abrir las bocas y tocar las puntas de las lenguas afiladas. La besé. Posé una mano detrás de su cabeza para asirla hacia mí, la otra empezó a perderse en algún espacio de su espalda. Las manos de ella estaban sobre mi cara dirigiendo de forma orquestal el movimiento oscilante de derecha a izquierda de nuestras cabezas, con los órganos olfativos rozándose e indagándose y a la vez.
Yo no podía contenerme, les digo que no podía, era algo totalmente fuera de mis contadas voluntades, me entregaba a ella y la sentía entregarse a mí en ese beso. Nos desjugábamos en la búsqueda de las lenguas, comprimiéndonos y hacinándonos con fuerza, perdiendo nuestro aliento que se mezclaba en cada milésima pausa entre ese abrir y cerrar de los labios. Comencé a sentir esa vibración lacónica, a desear ese contacto excitante y nervioso que implica la unión de los cuerpos que se buscan. Estaba dispuesto al aquí y al ahora, no importándome nada más, pues en ese momento el mundo había desaparecido, nosotros habíamos desaparecido. Fue entonces cuando un par de golpes en mi cabeza me desviaron de mi atención.
- Julián, ¿te encuentras bien?, - dijo mi profesor que me miraba extrañado- Al mirar me di cuenta que estaba sentado frente a mi caballete con el lápiz en la mano. Más tarde yo en reaccionar y dirigir la mirada hacia mi interlocutor cuando éste dijo.
- Señorita, ¿está usted bien? ¿Quiere descansar?- Mi mirada nerviosa se dirigió a la modelo, su cabello estaba ligeramente revuelto, apretaba los labios mientras respiraba tratando de simular su agitación y la rosa estaba quebrada en sus manos. Nuestras miradas se encontraron en ese momento, un recuerdo tejido en sueños nos acosaba a ambos.
Miré de vuelta mi bloc, rayones sin forma era todo lo que había creado, mi lápiz había perforado las hojas.
Esa fue mi primera y última sesión.
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