Si diez hijos hubiese tenido, todos me reclamarían algo que no les dí.
Cuando una madre pare a su hijo, lo da libre, con cuidadoso amparo para que no se dañe. Para que sea él y que tome de uno y uno le dé lo que él necesita.
Tratando de abrigarlo sin abrumarlo, para que no sienta la febril angustia del desamparo.
A su lado uno aprende el oficio de ser madre, y él a construir su ser.
Como las manos que amasan un pan, permanecen en la masa hasta que esté a punto, retirándolas y retirándose justo a tiempo.
Como en el pan, uno se queda al lado del horno hasta que eleva y comienza a tostar, tratando de evitar que se queme y quede todo chamuscado.
El pan salido del horno es pan fresco con rico olor, cálido, despierta buenas sensaciones, uno se imagina buenas escenas ante un pan recién salido. Se lo siente crujiente y sabroso como torrente de energía que recorre cada imagen poniendo su toque vital a cada uno.
¿Por qué? - Ser madre es un reto permanente a la subjetividad donde se juega en cada cruce, en cada eslabón, el fin de esa madre, la finalidad de ese hijo.
Ya no son las manos en la masa, tampoco es sólo la masa.
Ahora, es pan, que tiene sus propias marcas que lo hacen diferente de otros. Con esas marcas emprende su camino por la vida, verá si le dejan andar y si tiene los recursos para transitar el sendero, que como niña con muchos rizos se moverán en su interior.
Muchas veces los hijos retornan sacudiéndonos sus marcas que resuenan casi extrañas, o como una bomba que cae y no da tiempo a que se pueda apelar al recuerdo, menos aún a lo que no está al alcance más cercano.
Madres e hijos en este presente que no halla explicación para este hoy que no reconoce aquellas manos amasando el futuro pan.
Ni la madre recuerda en que pasaje de su artesano amasar se le perdió la intención. Ni el hijo tiene claro, si en lo que dice acaso, hay reclamo.
Pese a todo lo inexplicable, no supera la capacidad de asombro. Por suerte el ser se sorprende y pese a todo lo perdido, lo supera lo ganado.
Todavía no sé está en tiempos de apreciar la buena textura y mientras, se aproximan los buenos paladares. Transcurren hechos y situaciones variadas, donde un buen e intenso encuentro hoy, mañana es desagradable. Existen fugas que se alojan vaya a saber en qué parte del imaginario.
Parece que nadie se encuentra, parecemos dispersos en un inmenso laberinto. Todos queremos encontrar la salida. ¿Acaso habrá que encontrarse, en el laberinto?...Y recién después, salir tranquilos...
Stella Maris Ochoa
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