diumenge, 13 de novembre del 2011

El joven y el paracaídas


Un joven turista se encontraba en las playas de Cancún y era la primera vez que subiría en un paracaídas jalado por una lancha. Si conoces la playa, sabes que los lancheros prestan ese servicio, que consiste en que un paracaídas es amarrado por una cuerda a una lancha. 
Entonces, la lancha inicia su recorrido mar adentro, con el turista sujeto al paracaídas con un arnés. Este corre con el paracaídas en la playa por unos instantes, hasta el momento en que el turista despega los pies del suelo, el paracaídas se eleva hasta el cielo y la persona junto con el.

Imagínate, el joven no sabía nadar y tenía las siguientes preguntas en su cabeza:
¿Qué pasará si la lancha me arrastra mar adentro, antes de que me eleve el paracaídas?
¿Qué tal si una vez en el cielo, me caigo de semejante altura?
A pesar del miedo, decidió actuar y confiar en la incertidumbre. Sabía que era una experiencia nueva y era natural tener miedo. Pero también sabía que la vida es eso, experiencias nuevas y que tenía que estar abierto ante la vida.
Se puso el arnés. Escuchó con nerviosismo las últimas indicaciones del instructor. “Ruuuuuum” se escuchó el sonido del motor de la lancha que iniciaba su recorrido al mar. El joven comenzó a caminar al principio y después a correr a medida que la velocidad aumentaba.
Y llegó el momento en que tuvo que pegar un salto para evitar caer al mar “¡Guuuuuaaaaaauuuuuu!” no lo podía creer, el paracaídas se elevó y en cuestión de segundos, estaba a muchos metros encima, viendo el mar y los hoteles de la ciudad, como si fueran casas de juguete. Y sintió paz.

“Qué emocionante, nunca me hubiera imaginado que sería tan fácil y divertido” y disfrutó de la hermosa vista desde el cielo.
¿Qué podemos aprender de este joven? Es natural tener miedo ante lo desconocido. La imaginación crea mil y un fantasmas pero son eso. Fantasmas. No existen en realidad y son auto-creados.

Mi pregunta es: ¿Cuántos de nosotros evitamos tener experiencias nuevas por temor a lo desconocido?
Aún más fuerte: ¿Cuántos miedos imaginarios has acumulado durante tu vida, que te han evitado experimentar cosas nuevas y ser feliz?
“Muchos sinsabores he tenido en la vida, la mayoría de los cuales nunca me han ocurrido”. Exacto. Si analizas tu vida a la luz del pasado, descubrirás que lo que más temes nunca pasó y cuando sucedió, resultó ser una experiencia única y placentera.

Te invito a que busques dentro de ti, aquello que has evitado hacer por mucho tiempo, por culpa de esos fantasmas imaginarios y lo hagas.
¿Y quién sabe? Quizás disfrutes de una hermosa vista del cielo, como el joven de la playa.
 

Lágrimas, indolentes lágrimas


Lágrimas, indolentes lágrimas, no sé qué significan:
Lágrimas que desde lo profundo
De alguna divina desesperación
Se alzan en la esencia del corazón,
y se reúnen en torno a los ojos
Al contemplar los alegres campos de otoño,
Pensando en los días que ya nunca serán.

Frescas como el primer rayo brillante sobre la vela,
Convocando a nuestros amigos del inframundo,
Triste como el último lamento agónico
Que se hunde en el abismo con todo lo que amamos.
Tan tristes, tan frescas, como los días que ya no serán.

Tristes y extrañas como los oscuros crepúsculos del verano,
Las primeras voces de las aves cantaron
Sobre los oídos muertos, junto a los muertos ojos
Que contemplan la mañana trepando sobre la ventana;
Tan tristes, tan frescos, como los días que ya no serán.

Amados como el recuerdo de los besos tras la muerte,
Y dulces como la indiferente fantasía fingida
Sobre aquellos labios que serán de otro;
Profundas como el Amor,
Profundas como el primer Amor,
Salvajes huellas de un pálido remordimiento.
Oh, amarga Muerte en Vida, ellas son el lamento
Por los días que ya nunca serán.

Autor: Lord Alfred Tennyson (1809-1892)


La mentira


Para algunos, mentir se ha convertido en un estilo de vida.

Sin advertirlo, han creado una red tan compleja de información falsa, que ya no saben como escapar del enredo y hallar la verdad.

Es probable que la mentira produzca cierta fascinación en los niños.

Además de aprender a evitar los regaños, pueden construir un mundo fantástico a su tamaño y engatusar a los demás.

Y de allí puede surgir un inocente "jugar a engañar" que, al ver las ganancias potenciales, se convierte en hábito.

Con la mentira podemos llamar la atención y producir admiración.

Poder ficticio, pero poder al fin.

Los mentirosos sostienen que aunque el deslumbramiento no es legítimo, de todas maneras lo disfrutan bastante.

Su posición es clara e implacable: la mentira como un instrumento para obtener ganancias secundarias.

También mentimos para huir de las obligaciones asumidas.
Podemos enfermarnos, o inventar una calamidad doméstica o hallar un chivo expiatorio en nuestra imaginación.

Otra vez el provecho, a través de una falsificación que no siempre es delito y que produce alivio.

A veces, pareciera no existir antídoto contra esta tentación.

¿Quién no ha mentido alguna vez? Aunque se trate de mentiras piadosas (justificadas en la intención de no producir un daño innecesario), ¿Quién tira la primera piedra?

Las mentiras frecuentes pueden originar, al menos, dos problemas de consideración.

El primero, cuando se vuelve costumbre y se repite mecánica y sistemáticamente, sin mucho sentido: embaucar por embaucar.

Ya ni sabemos por qué lo hacemos.: mentirosos crónicos, megalomanía comportamental pura.

Y el segundo, cuando llegamos a creernos el cuento y a confundir verdad con embeleco.

Adoptamos una forma de autoengaño donde la existencia real y fantaseada se entremezcla peligrosamente.

No sólo terminamos siendo víctimas de nuestro propio invento, sino que además somos víctimas felices.

Esta farsa continua y autodirigida, obra como una píldora de "éxtasis", una megalomanía existencial que nos hace sentir, irracionalmente, más ligeros del equipaje.

¿Qué pasaría si desde hoy, sin excusas ni amagues, decidiéramos mostrarnos como en verdad somos y asumiéramos el riesgo de hacernos públicamente responsables de nuestras acciones, pensamientos y afectos?

¿Generaríamos tanto rechazo como creemos?

Dejar de mentir es un alivio.

Sin máscaras, el rostro se ve mejor, más relajado.

Ya dejaremos de vernos tan perfectos comos hemos querido aparentar, pero al menos auténticos.

Deben ser muy pocos los que nunca han mentido, si los hay.

De todos modos, puedes al menos ser veraz sobre los rasgos que te definen en esencia, y que no podrás disimular o enmascarar, sin sentirte traidor de tus propias causas.

 Autor: Walter Riso