Me quitaste el miedo a volver a sentir.
Querido tú, sí, TÚ:
He cambiado mucho a lo largo de estos años, en especial en el aspecto
afectivo. Lo pasé muy mal y muchas personas me decepcionaron, así que
decidí que era mejor ceñirse a lo racional. Pero eso ya lo sabes, porque
me conoces de verdad. Y me conoces porque un día, sin ser consciente de ello, decidiste que yo merecía la pena.
Y poco a poco fuiste dándote cuenta de que yo no soy ni la mitad de
fuerte de lo que puedo aparentar. Empezaste a ver que no era una persona
ni tan fuerte ni tan entera como pretendía ser. Todo lo contrario, estaba completamente rota, pero tenía puesta una coraza que me hacía aparentar fortaleza.
Aún así, sabiendo lo débil, insegura y extremadamente sensible que
podía llegar a estar en determinados momentos, te armaste de valor.
Decidiste que yo no era nada de eso. Y que todo lo que se rompe se puede
arreglar. Pieza por pieza y con mucha delicadeza. Decidiste que yo podía ser fuerte.
Pero no ha sido un camino fácil. Era una coraza de muchos años. Pesaba
mucho. Demasiado. Era una gran carga que yo decidí llevar. Una gran
carga formada por opiniones, miradas, insultos, gestos y palabras de
personas que -ahora sé- que el tiempo pondrá en su sitio. Fui llenando
el saco más y más. Esto no lo sabes, pero cada vez que me has dicho una palabra buena de mí, una mala del saco desaparecía. Día tras día, la carga iba pesando menos. Me iba recomponiendo.
Es lógico: Si llevas muchas piedras, te rompes, te haces heridas. Y
por mucho que se cierre la herida, si sigues llevando piedras, te
vuelves a romper.
Pero si te curas, y poco a poco vas vaciando la bolsa, cada vez hay menos peso, y por tanto, menos heridas abiertas. Y al final fueron tantas palabras buenas y tanto cariño, que las piedras malas fueron desapareciendo.
Ha sido lento, necesitaba que fuese así, poco a poco. Y en el camino
siempre ha habido alguien justo detrás de mí. Para pegarme un pequeño
empujón hacia adelante, para abrirme los ojos una vez más y hacerme ver
que todos cometemos errores, y que no son nuestros errores los que nos definen, sino nuestros buenos actos.
Sí. Lo reconozco. Lo admito y no me avergüenzo de ello. He estado
asustada. Sí, he tenido verdadero miedo estos años. Miedo a quitarme esa
carga y mostrarme tal y como verdaderamente fui hace muchos años, miedo a que algo o alguien fuese a romperme de nuevo. Miedo a que todavía no fuese lo suficientemente fuerte como para sentir y creer de nuevo, sin miedo.
He tenido miedo de las personas, de volver a creer en ellas. Miedo a
aceptar que verdaderamente existe gente buena. Personas que sin pedir
nada a cambio, intentan sacar lo mejor de ti. No me lo creía. Y esa es tu mayor virtud, ¿sabes? Haces mucho más de lo que imaginas por los demás. Y no me digas que no. Porque conmigo lo has hecho.
Porque vale, sí. Todo pasa por algo. Y estoy segura de que alguien
ahí arriba decidió que, aunque yo nunca la pidiese, necesitaba ayuda. Y
quiso darme la mejor posible, quiso que tuviese cerca a personas
realmente buenas. Y poco a poco, me fue metiendo en tu vida. Sin que ni
tú, ni yo nos diésemos cuenta. Y de repente, sin saber cómo, cuándo, ni por qué, decidiste apostar por mí.
Así que me gustaría decirte algo: Gracias.
Por Candela Duato
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