Porque eso es lo que pasa cuando el alma
se acostumbra
a la ausencia de un cuerpo.
Y sólo queda
esa melancolía de los viejos amantes,
cuando apenas consiguen
recordar cómo era
la caricia gloriosa, el temblor delicado
de un vientre, una palabra,
el gusto a la saliva
y esa muerte pequeña de cada madrugada.
Estoy hecho a tu ausencia. Lo mismo que si fuera
la tarea diaria para ganar el beso.
Igual que si estuviera
esperando unos labios sin parada.
Como si entrara en bares
donde sirven
el calor de tu piel con un chorrito
del limón del olvido.
Sabiendo que ya nada ha de juntarnos
el nombre y apellido de tu carne
con el hueso sin letras de mi cuerpo.
Ya no te echo de menos.
Sólo siento
de corazón en cuando
una suave nostalgia,
el miedo a que no seas.
Y entonces te recreo. ¿Cómo era,
tu blusa y tu sonrisa?
Si acaso, sueño mío, en este instante
añoro a una mujer
que no sé si existió. Y que no importa.
Rodolfo Serrano
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