Durante la era glacial, muchos animales morían por causa del frío. Los puerco-espines, percibiendo la situación, resolvieron juntarse en grupos, así se abrigaban y se protegían mutuamente, más las espinas de cada uno herían a los compañeros más próximos, justamente los que ofrecían más calor. Por eso decidieron alejarse unos de otros y comenzaron de nuevo a morir congelados. Entonces precisaron hacer una elección: o desaparecían de la Tierra o aceptaban las espinas de los compañeros.
Con sabiduría, decidieron volver a estar juntos. Aprendieron así a convivir con las pequeñas heridas que la relación con un semejante muy próximo puede causar, ya que lo más importante era el calor del otro. Y así sobrevivieron.
Moraleja:La mejor relación no es aquella que une personas perfectas, sino aquella donde cada uno aprende a convivir con los defectos del otro, y admirar sus cualidades.
Pinchudo, un puerco espín solitario
Pinchudo era un puercoespín muy bonito, sus púas o espinas eran de tres colores: blanco, amarillo y marrón. Era muy tranquilo, dormía de día y se mantenía despierto toda la noche. Como sus hábitos no eran los de los demás animalitos del bosque, no tenía amigos. Además, Pinchudo, como buen puercoespín, era un animal muy solitario.
Al resto de los animalitos del bosque, por un lado les daba pena verlo tan solito, por el otro, tenían miedo de acercarse a él.
– A mi me gustaría acercarme, pero cuando él duerme yo estoy despierta y al revés – Decía una ardillita.
– ¡Eso es que no ponés voluntad mi hijita. Por una noche que pases sin dormir no te va a pasar nada! – Contestó la lechuza.
– Ay que viva qué sos ¡Vos porque tampoco dormís! ¿Por qué no le das charla entonces?
– ¿Estás loca? ¿A ver si me pincha un ojo y me lo agujerea?
Al resto de los animalitos del bosque, por un lado les daba pena verlo tan solito, por el otro, tenían miedo de acercarse a él.
– A mi me gustaría acercarme, pero cuando él duerme yo estoy despierta y al revés – Decía una ardillita.
– ¡Eso es que no ponés voluntad mi hijita. Por una noche que pases sin dormir no te va a pasar nada! – Contestó la lechuza.
– Ay que viva qué sos ¡Vos porque tampoco dormís! ¿Por qué no le das charla entonces?
– ¿Estás loca? ¿A ver si me pincha un ojo y me lo agujerea?
– ¿Entonces que me pinche a mi verdad? Se enojó la ardilla.
Lo cierto era que nadie se acercaba a Pinchudo, pero él tampoco buscaba hacerse ningún amigo. El disfrutaba de su soledad, estaba acostumbrado y no le parecía mal. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, sentía una pequeña necesidad de compartir algo con alguien.
Por otro lado, los demás animalitos del bosque no entendían realmente el comportamiento de Pinchudo. Si bien ellos no se le acercaban por temor a ser pinchados, se daban cuenta que el puercoespín tampoco les prestaba atención.
– Algo hay que hacer- Dijo la lechuza, cansada de ver solito a Pinchudo. Como ella pasaba gran parte del tiempo con sus ojos abiertos, era la que más conocía los movimientos del puercoespín- Amigos hay que buscar la manera de acercarse a este pobre animal.
– ¿Qué pobre, ni pobre? Contestó una culebra – El tampoco nos da ni la hora y nosotros no nos sentimos mal por eso.
– La soledad no siempre es buena – dijo la lechuza, quien estaba decidida a lograr que Pinchudo tuviese amigos – Es verdad, no sabemos si él quiere ser nuestro amigo, pero nada cuesta con averiguarlo.
La lechuza era por demás insistente. Cuando se le ponía algo en la cabeza, no había quien se lo quitara.
Ideó un plan para sacar a Pinchudo de su soledad. Todos los animalitos del bosque se turnarían para permanecer despiertos una noche cada uno y poder así acercase a Pinchudo.
El primer turno fue de la ardilla, quien a pesar de sus múltiples intentos de entablar conversación con el puercoespín, no tuvo éxito. Le contó dos cuentos, le ofreció unas cuántas nueces, pero aún así Pinchudo no mostró ningún interés.
La noche siguiente fue el turno de la culebra, quien tampoco logró gran cosa. Como cantaba muy lindo, le cantó dos canciones. Esto sorprendió mucho a Pinchudo, ya que no es común que una culebra cante, pero tampoco entabló conversación.
Así pasaron varios animales y todos con el mismo resultado. Decepcionados, los animalitos creyeron que habían perdido la batalla por sacar Pinchudo de su soledad.
-¡No está muerta quien pelea! Gritó la lechuza insistente- Hoy es mi turno y no me daré por vencida.
La pobre lechuza se la pasó chistando toda la noche, como Pinchudo parecía no escuchar, se acercó a él y lo miró fijamente más o menos por tres horitas, pero nada logró. Llegó la mañana y la pobre estaba exhausta.
– No hay caso amigos – dijo muy triste – no hay nada que hacer a este bicho le gusta demasiado la soledad, qué lástima, ser pierde tantas cosas lindas….
– Allá él entonces – dijo la ardilla mientras comía las nueces que el puercoespín no había aceptado.
Sin embargo, el esfuerzo de estos animalitos no había sino inútil como ellos pensaban.
Lo cierto era que nadie se acercaba a Pinchudo, pero él tampoco buscaba hacerse ningún amigo. El disfrutaba de su soledad, estaba acostumbrado y no le parecía mal. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, sentía una pequeña necesidad de compartir algo con alguien.
Por otro lado, los demás animalitos del bosque no entendían realmente el comportamiento de Pinchudo. Si bien ellos no se le acercaban por temor a ser pinchados, se daban cuenta que el puercoespín tampoco les prestaba atención.
– Algo hay que hacer- Dijo la lechuza, cansada de ver solito a Pinchudo. Como ella pasaba gran parte del tiempo con sus ojos abiertos, era la que más conocía los movimientos del puercoespín- Amigos hay que buscar la manera de acercarse a este pobre animal.
– ¿Qué pobre, ni pobre? Contestó una culebra – El tampoco nos da ni la hora y nosotros no nos sentimos mal por eso.
– La soledad no siempre es buena – dijo la lechuza, quien estaba decidida a lograr que Pinchudo tuviese amigos – Es verdad, no sabemos si él quiere ser nuestro amigo, pero nada cuesta con averiguarlo.
La lechuza era por demás insistente. Cuando se le ponía algo en la cabeza, no había quien se lo quitara.
Ideó un plan para sacar a Pinchudo de su soledad. Todos los animalitos del bosque se turnarían para permanecer despiertos una noche cada uno y poder así acercase a Pinchudo.
El primer turno fue de la ardilla, quien a pesar de sus múltiples intentos de entablar conversación con el puercoespín, no tuvo éxito. Le contó dos cuentos, le ofreció unas cuántas nueces, pero aún así Pinchudo no mostró ningún interés.
La noche siguiente fue el turno de la culebra, quien tampoco logró gran cosa. Como cantaba muy lindo, le cantó dos canciones. Esto sorprendió mucho a Pinchudo, ya que no es común que una culebra cante, pero tampoco entabló conversación.
Así pasaron varios animales y todos con el mismo resultado. Decepcionados, los animalitos creyeron que habían perdido la batalla por sacar Pinchudo de su soledad.
-¡No está muerta quien pelea! Gritó la lechuza insistente- Hoy es mi turno y no me daré por vencida.
La pobre lechuza se la pasó chistando toda la noche, como Pinchudo parecía no escuchar, se acercó a él y lo miró fijamente más o menos por tres horitas, pero nada logró. Llegó la mañana y la pobre estaba exhausta.
– No hay caso amigos – dijo muy triste – no hay nada que hacer a este bicho le gusta demasiado la soledad, qué lástima, ser pierde tantas cosas lindas….
– Allá él entonces – dijo la ardilla mientras comía las nueces que el puercoespín no había aceptado.
Sin embargo, el esfuerzo de estos animalitos no había sino inútil como ellos pensaban.
Esa noche, ningún habitante del bosque se turnó para sacar de su soledad a Pinchudo y por primera vez el puercoespín notó que algo le faltaba.
Cierto era que nunca había necesitado demasiado la compañía de nadie, pero también lo era que a partir de las visitas de todos los animalitos Pinchudo conoció otra realidad.
Cierto era que nunca había necesitado demasiado la compañía de nadie, pero también lo era que a partir de las visitas de todos los animalitos Pinchudo conoció otra realidad.
En su momento no supo apreciar las nueces, ni los cuentos, tampoco las canciones de la culebra ni los ojos mirones de la lechuza, pero ahora que volvía a estar solito se sintió diferente.
Su soledad nunca le había molestado pues así están acostumbrados a vivir todos los puercos espines, pero debía reconocer que un poco de compañía venía muy bien, aunque más no fuera de vez en cuando.
Decidido a entablar amistad con sus compañeros, se acercó a ellos. Al verlo llegar, todos se sorprendieron. La mayoría retrocedió unos cuantos pasos por temor a ser pinchados, la lechuza abrió los ojos de tal manera que parecían estar ya fuera de su cabeza y a la ardilla se le cayeron las nueces de la boca.
Pinchudo les pidió disculpas y les explicó que realmente no estaba acostumbrado a necesitar compañía, pero que reconocía que, ahora que nadie se acercaba a él por la noche, había aprendido lo que era la verdadera soledad. Les dijo que hasta ese momento no le había molestado estar solo. Pues nunca había sabido lo que era tener un amigo, pero que ya no tenía ganas de seguir viviendo de la misma manera.
Por su parte, los animalitos también pensaron en todas las veces que, por miedo a pincharse, no se habían acercado al puercoespín.
La soledad puede tener distintos motivos: miedo, vergüenza o muchas otras cosas. Puede disfrutarse a veces o puede hacer sufrir. Es importante aprender que hay quienes prefieren vivir más en soledad, pero eso no justifica dejar solo a alguien. Siempre, en algún momento de la vida de todos, la compañía y el afecto son necesarios.
Así lo entendieron los animalitos del bosque y Pinchudo también. A partir de ese día, aunque no todos los días, alguien acompañaba al puercoespín durante la noche. Pinchudo había aprendido lo hermoso que es tener compañía, pero a su vez, seguía necesitando su espacio de soledad. Los animalitos por su parte, habían aprendido -en primera instancia- que no es bueno alejarse de alguien por temor y que está bien respetar que quienes tenemos a nuestro lado, a veces prefieran estar solo.
Por eso, sólo algunas noches se escuchaban canciones cantadas a dúo por una culebra y un puercoespín, algunas otras un cuento contado por una ardilla a un atento Pinchudo que masticaba ricas nueces. Y, aunque esto no pasaba todas las noches, todos estaban contentos, ya nadie se temía, nadie estaba solito y todos respetaban las necesidades de los demás.
Su soledad nunca le había molestado pues así están acostumbrados a vivir todos los puercos espines, pero debía reconocer que un poco de compañía venía muy bien, aunque más no fuera de vez en cuando.
Decidido a entablar amistad con sus compañeros, se acercó a ellos. Al verlo llegar, todos se sorprendieron. La mayoría retrocedió unos cuantos pasos por temor a ser pinchados, la lechuza abrió los ojos de tal manera que parecían estar ya fuera de su cabeza y a la ardilla se le cayeron las nueces de la boca.
Pinchudo les pidió disculpas y les explicó que realmente no estaba acostumbrado a necesitar compañía, pero que reconocía que, ahora que nadie se acercaba a él por la noche, había aprendido lo que era la verdadera soledad. Les dijo que hasta ese momento no le había molestado estar solo. Pues nunca había sabido lo que era tener un amigo, pero que ya no tenía ganas de seguir viviendo de la misma manera.
Por su parte, los animalitos también pensaron en todas las veces que, por miedo a pincharse, no se habían acercado al puercoespín.
La soledad puede tener distintos motivos: miedo, vergüenza o muchas otras cosas. Puede disfrutarse a veces o puede hacer sufrir. Es importante aprender que hay quienes prefieren vivir más en soledad, pero eso no justifica dejar solo a alguien. Siempre, en algún momento de la vida de todos, la compañía y el afecto son necesarios.
Así lo entendieron los animalitos del bosque y Pinchudo también. A partir de ese día, aunque no todos los días, alguien acompañaba al puercoespín durante la noche. Pinchudo había aprendido lo hermoso que es tener compañía, pero a su vez, seguía necesitando su espacio de soledad. Los animalitos por su parte, habían aprendido -en primera instancia- que no es bueno alejarse de alguien por temor y que está bien respetar que quienes tenemos a nuestro lado, a veces prefieran estar solo.
Por eso, sólo algunas noches se escuchaban canciones cantadas a dúo por una culebra y un puercoespín, algunas otras un cuento contado por una ardilla a un atento Pinchudo que masticaba ricas nueces. Y, aunque esto no pasaba todas las noches, todos estaban contentos, ya nadie se temía, nadie estaba solito y todos respetaban las necesidades de los demás.
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