Allá en el lejano Tibet entre el silencio envolvente de un monasterio, un monje budista se disponía a recibir a los niños que se incorporaban como nuevos alumnos, procedentes de las familias que destinaban su primogénito para ingresar en la Secta Budista Roja.
Pensó en el discurso de bienvenida .Debería reflejar su nueva vida dentro de los muros del monasterio y servir de advertencia como guía de experiencias y emociones futuras. Decidió no emplear la palabra en sus enseñanzas sino la evidencia como demostración. Así, eligió una mesa donde colocó un gran recipiente de vidrio translúcido para identificar con la pureza del cristal la trasparencia de sus almas. Al lado puso tres cajas cerradas. Cuando los alumnos llegaron frente a la mesa , el monje se limitó a mirar sus caras de ojos tímidos a la vez que ávidos. El monje preguntó si observaban el recipiente vacío y tras la afirmación de los niños, abrió la primera caja para verter su contenido en el recipiente de cristal. Las piedras redondas como rollos de río llenaron la totalidad de la vasija hasta el borde. El maestro hizo ver que ya no era posible llenarlo más con estas piedras blancas. Seguidamente, tras abrir la segunda caja que contenía piedrecitas a modo de chinas, hizo la misma operación hasta rellenar los huecos del cristal que habían quedado libres entre los rollos de río. Volvió a preguntar a sus alumnos si podrían caber más chinas dentro del vidrio y, ante la negativa de sus cabezas rapadas, destapó el contenido de la última caja cuyos granos de arena ocuparon el espacio vacío hasta llenar el borde del recipiente.
¿Creéis posible que algo más quepa en la vasija de cristal?- preguntó el maestro budista ante su atenta mirada. La negativa fue la respuesta de los niños al ver que no quedaba ni un hueco libre y que no era posible incluir ni un solo grano más de la fina arena.
Entonces fue cuando el maestro mandó traer una jarra de agua, vertiendo su contenido que mojaba poco a poco los rollos, las chinas y la arena, hasta llenar el recipiente de cristal. Las sonrisas iluminaron los rostros de los nuevos alumnos al comprobar el ingenio y sabiduría del maestro que terminó su conciso discurso:
-Así debe ser vuestra vida, como el recipiente de cristal, limpio, claro y transparente. Además, día a día , habréis de llenarlo de contenido, pero sin invertir el orden de las cajas ya que si no sería imposible que todo ello cupiese dentro. Los rollos grandes representan las cosas importantes en el ser humano y serán las que ocupen lugar prioritario. Las chinas son también imprescindibles debiendo ocupar un segundo lugar en vuestros corazones. La arena no debe faltar, aunque represente cosas menos válidas - pero no intrascendentes - a lo largo de la vida.
Así ocuparéis vuestros días, meses y años … Cuando creáis que vuestro tiempo está totalmente aprovechado, pensad que aún hay cosas para llenar esos instantes aparentemente insignificantes y desperdiciados igual que el agua ocupó la totalidad del aire en la vasija de vidrio.
Pensó en el discurso de bienvenida .Debería reflejar su nueva vida dentro de los muros del monasterio y servir de advertencia como guía de experiencias y emociones futuras. Decidió no emplear la palabra en sus enseñanzas sino la evidencia como demostración. Así, eligió una mesa donde colocó un gran recipiente de vidrio translúcido para identificar con la pureza del cristal la trasparencia de sus almas. Al lado puso tres cajas cerradas. Cuando los alumnos llegaron frente a la mesa , el monje se limitó a mirar sus caras de ojos tímidos a la vez que ávidos. El monje preguntó si observaban el recipiente vacío y tras la afirmación de los niños, abrió la primera caja para verter su contenido en el recipiente de cristal. Las piedras redondas como rollos de río llenaron la totalidad de la vasija hasta el borde. El maestro hizo ver que ya no era posible llenarlo más con estas piedras blancas. Seguidamente, tras abrir la segunda caja que contenía piedrecitas a modo de chinas, hizo la misma operación hasta rellenar los huecos del cristal que habían quedado libres entre los rollos de río. Volvió a preguntar a sus alumnos si podrían caber más chinas dentro del vidrio y, ante la negativa de sus cabezas rapadas, destapó el contenido de la última caja cuyos granos de arena ocuparon el espacio vacío hasta llenar el borde del recipiente.
¿Creéis posible que algo más quepa en la vasija de cristal?- preguntó el maestro budista ante su atenta mirada. La negativa fue la respuesta de los niños al ver que no quedaba ni un hueco libre y que no era posible incluir ni un solo grano más de la fina arena.
Entonces fue cuando el maestro mandó traer una jarra de agua, vertiendo su contenido que mojaba poco a poco los rollos, las chinas y la arena, hasta llenar el recipiente de cristal. Las sonrisas iluminaron los rostros de los nuevos alumnos al comprobar el ingenio y sabiduría del maestro que terminó su conciso discurso:
-Así debe ser vuestra vida, como el recipiente de cristal, limpio, claro y transparente. Además, día a día , habréis de llenarlo de contenido, pero sin invertir el orden de las cajas ya que si no sería imposible que todo ello cupiese dentro. Los rollos grandes representan las cosas importantes en el ser humano y serán las que ocupen lugar prioritario. Las chinas son también imprescindibles debiendo ocupar un segundo lugar en vuestros corazones. La arena no debe faltar, aunque represente cosas menos válidas - pero no intrascendentes - a lo largo de la vida.
Así ocuparéis vuestros días, meses y años … Cuando creáis que vuestro tiempo está totalmente aprovechado, pensad que aún hay cosas para llenar esos instantes aparentemente insignificantes y desperdiciados igual que el agua ocupó la totalidad del aire en la vasija de vidrio.
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