dijous, 28 de juliol del 2011
Breve historia de una mariposa
Érase una vez una crisálida que dormía su pacífico sueño a la espera del despertar, un día fue oruga, como todas, pero esto no iba a recordarlo en cuanto desplegara, temblorosa, sus magníficas y húmedas alas bajo el radiante cielo del mes de mayo. Por fin una mañana rompióse la crisálida y salió la mariposa bella, bellísima, de alas blancas con fantásticos lunares que hacían aguas tornasoladas. La mariposa elevó sus antenas hacia el cielo y parpadeó. Había nacido junto a un jardín que estaba lleno de flores y como no iba a conocer otra cosa en su vida, le pareció que se encontraba en el Paraíso. Así que tras lanzar una mirada feliz en derredor se puso a revolotear mansamente en el plácido escenario de su sueño. Ella era muy cortés y gentil y quería despedirse del lugar que la había visto nacer. Ignoraba que era una mariposa de la col y que el huerto se extendía a cosa de medio metro de las primeras plantas del jardín.
Aquel revoloteo fue su perdición. Al pie de un florido matojo yacía una piedra, una vulgar piedra de cuarzo como las suele haber a montones en el campo. Era blanca y brillante con vetas oscuras y pequeños bordes metálicos, fragmentos de mica que lucían como el oro. La mariposa lo ignoraba todo del mundo y de la vida, no recordaba ya para nada sus fatigosos tiempos de oruga cuando disputaba con otras parientes por la posesión de un trozo blando-amarillento de col, y, careciendo de experiencia, pensó, al descubrir la piedra, que no había más allá, que la piedra lo significaba todo en su pequeño universo. Entonces quedaron rápidamente olvidadas las flores y el cielo azul y el sol y las otras probables mariposas que podría encontrarse en el camino. Sólo la piedra le importaba, sólo la piedra la fascinaba. Era blanca como ella, mostraba manchas oscuras como ella y poseía suaves escamas doradas deslumbrantemente cegadoras bajo el sol. No podía haber nada más hermoso en el mundo, pensaba la mariposa, y consecuente a su destino de amar en un largo día de sol, amó a la piedra, y posándose sobre ella la acarició con sus alas.
-Mi amada piedra -le dijo-, cuanto te quiero y cuan grande ha sido mi suerte al despertar y encontrarte en mi camino... Si hubiera elevado el vuelo en línea recta hacia el firmamento como hacen mis demás hermanas, sólo hubiese encontrado el sol y a los compañeros de mi misma especie, nunca hubiera sabido que tú existías y habría muerto ignorándolo. Pero el hado no ha querido que ello sucediera y ha hecho posible este encuentro. ¿No estás contenta?... ¿Callas?... mejor, eres discreta, eres sabia, eres inteligente y te amo más por ese silencio tuyo que indica que tus pensamientos son elevados y profundos... Si parloteases serías necia, si revoloteases serías frívola... Tú eres maciza y te hundes en la tierra, eres sólida, eres eterna... Yo dispongo de un único día de vida para amarte mientras que tú conoces el paso de los siglos, eres amiga del Tiempo y jamás sabrás lo que es la muerte y la desaparición... ¡Cuánto te amo piedra mía y cuanto, cuanto deploro no haber nacido piedra como tú! Así seríamos dos para estar siempre juntas.. ¡Querida, queridísima piedra!
Otras mariposas volando sobre su cabeza, llamaron a voces a la enamorada de la piedra y le preguntaron si se encontraba enferma, cosa que ella negó, ante lo cual las demás mariposas se encogieron de alas y cuchichearon entre sí que aquella boba estaba loca.
Desprecia el sol por estar sentada encima de un pedrusco -comentaron-. Debe de haber nacido cansada.
Y la olvidaron velozmente porque su vida era corta y aún tenían que hacer muchas cosas.
La mariposita se adormeció sobre la piedra y tuvo un sueño muy bonito: soñó que era asimismo piedra y que “su” piedra se transformaba en mariposa y que siendo mariposa no la abandonaba. Cuando despertó estaba próximo el crepúsculo y al desperezarse pudo notar sus alas como entumecidas. Otras mariposas buscaban hojas en las que desovar. La amante de la piedra sintióse vieja y cansada. Su único día se hallaba pronto a extinguirse y ella no había cumplido con su destino de mariposa. La invadió un poquitín de tristeza ante el pensamiento, mas luego se dijo que su amor era tan grande que bien valía la pena tamaño sacrificio.
-“Mi amor -pensó-, es como una poesía, que no sirve para nada, pero es hermosa”...
En la vida de una mariposa no es frecuente que se crucen las piedras y ella era muy afortunada, podía darle gracias a Dios por ello.
Al ponerse el sol, inmenso y rojo tras el horizonte, sintió como el frío de la muerte la invadía, y en un esfuerzo supremo, abrazó con sus pesadas alas, ya casi rígidas, los perfiles duros de la piedra.
-Adiós, amor mío -susurró con un hilo de voz-, te he querido tanto que he renunciado a vivir mi propia vida por ti, he deseado ser piedra como tú y he fracasado, y no es que me haya esforzado por afán de imitación o por envidia, sino para estar más próxima a ti, para identificarme contigo... He sacrificado mis gustos y mi destino, aunque no me importa porque he vivido el más grande amor de todos las épocas... ¡He sido la amante de una piedra!... Mi felicidad ha estribado en contemplarte y en estar a tu lado, sólo siento que esto se acabe, ya que hubiéramos podido ser muy felices juntas las dos... Gracias por haberme dejado compartir unas horas de tu vida, por haberme tolerado a tu lado, gracias y adiós, amor mío, mi único y verdadero amor... Te pido el favor inmenso de que no me olvides, de que alguna vez, cuando veas volar a otras mariposas sobre tu cabeza, pienses en mí... Y no me compares, te lo suplico, incluso en el mismo sueño de la muerte, tan largo, tan largo, tendría celos... Recuérdame, piensa en mí, en tu pequeña enamorada de un día, de toda una vida, la mía, mi único regalo de bodas... No me olvides...
Y dándole un beso postrero, murió acurrucada contra la helada piedra.
A la mañana siguiente, un gorrión madrugador, encontrando los despojos de la amante criatura, se los zampó en el desayuno, suerte que la mariposita lo ignorará siempre.
Y en lo que respecta al pedrusco, creo que todavía sigue en el mismo sitio, al pie del matojo en el jardín, aunque por fortuna para él, como es una piedra. no tiene memoria ni la obligación de poseerla.
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