Muerte
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- Al despertar los ruidos una mañana fría
- me arrebató la muerte lo que yo más quería.
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- Oh muerte insobornable, de inflexible guadaña,
- que siegas el palacio al igual que la cabaña.
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- ¿Por qué no cortas sólo la cosecha madura,
- las mieses agostadas, o la maraña oscura?
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- ¿Por qué arrancas el árbol joven y florecido,
- pisoteas las rosas y destruyes el nido?
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- ¡Qué suprema injusticia tratar de igual manera
- al niño balbuciente y al viejo que te espera!
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- Y un día inesperado sigilosa llegaste,
- sin llamar a la puerta... y me la arrebataste
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- aún brillando en sus ojos el intenso fulgor
- que reflejaba el fuego de su primer amor;
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- y aún reciente en sus labios el calor de los besos
- que otros jóvenes labios la dejaron impresos;
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- y aún resonando el eco vibrante en sus oídos
- de las palabras tiernas y los dulces gemidos.
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- Y tú me la llevaste, cruel y caprichosa,
- antes de que pudiera ser madre o ser esposa.
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- Tú apagaste sus ojos y helaste su sonrisa,
- y la arrancaste el alma, que se perdió en la brisa.
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- Yo te maldigo, muerte, porque tu mano siega
- tanta vida temprana con inclemencia ciega;
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- porque en los rudos giros de tu lúgubre danza
- asesinas las almas y entierras la esperanza.
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- ¡Cómo siento tu ausencia, cómo me invade el frío,
- cómo el mundo en mi entorno parece tan vacío,
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- tan inútil, tan lejos, desde que tú te fuiste;
- y cómo me he quedado tan dolorida y triste!
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- Sólo la dulce imagen de tu gentil belleza
- aligera la enorme carga de mi tristeza.
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- Pero cómo me faltas, y cómo yo te añoro,
- y cómo noche y día te recuerdo y te lloro…
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- Fue al despertar el día, que sus ojos durmieron,
- cuando los ruiseñores su canto enmudecieron;
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- Fue al despertar el día, cuando una noche oscura
- se me instaló en el alma, y abrió mi sepultura;
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- Fue al despertar el día, cuando una lluvia densa
- me inundó con el llanto de su nostalgia inmensa.
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- Pero yo ahora te pienso como un ángel callado
- con eterna sonrisa que está siempre a mi lado.
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- Y al sentir que la brisa juega con mis cabellos,
- sabré que es la caricia de tus manos en ellos...
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- Francisco Alvarez Hidalgo
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