dimarts, 22 de febrer del 2011

El fantasma sabio

Una mujer joven había caído muy enferma y estaba a punto de morir.
- Te quiero tanto, – le dijo a su marido
- No querría tener que dejarte.
- Pero si así ocurriera, no cambies nunca mi recuerdo por la compañía de otra mujer.
- Si lo haces, volveré en la forma de un fantasma.
- Seré para ti la causa de problemas sin fin.
Poco después la mujer fallecía. El marido respetó su último deseo durante los tres primeros meses, pero entonces conoció a una joven y se enamoró de ella. Pronto estaban prometidos en matrimonio.
La misma noche del compromiso, un fantasma se le apareció al hombre, acusándolo de no haber cumplido su promesa. Volvió la noche siguiente, y la otra. Parecía saberlo todo. Le contaba exactamente lo que había sucedido durante el día entre él y su nuevo amor. Siempre que hacía un regalo a su prometida, el fantasma se lo describía hasta el último detalle. Podía repetir incluso conversaciones enteras, y eso causaba tal molestia al novio que no podía dormir. Alquien le aconsejó que fuese a contar su problema a un maestro zen que vivía cerca del pueblo, y al fin, deseperado, el pobre hombre recurrió a él en busca de ayuda.
El maestro comentó:
- Tu anterior esposa se transformó en fantasma y se entera de todo cuanto haces. Cualquier cosa que hagas o digas, cualquier regalo que obsequies a tu prometida, ella lo sabe. Ha de ser un fantasma muy inteligente. Deberías sentirte orgulloso. La próxima vez que aparezca, haz un pacto con ella. Dile que, puesto que sabe tanto, no podrás ocultarle nada, y que si contesta a una pregunta, una sola, prometes romper tu compromiso y permanecer soltero el resto de tu vida.
El hombre preguntó:
- ¿Cuál es la pregunta que debo formular?
El maestro respondió:
- Coge un buen puñado de semillas de soja y pregúntale cuántos granos tienes exactamente en la mano. Si no puede contestar, sabrás que el fantasma era solo un producto de tu imaginación, y no volverá a molestarte.
La noche siguiente, cuando llegó el fantasma, el hombre lo aduló y le dijo que era un fantasma muy sabio, ya que lo sabía todo.
- Efectivamente, – le replicó el fantasma.
- Como sé también que fuiste a ver a ese maestro zen esta tarde.
El hombre sugirió:
- Ya que tanto sabes ¿dime cuántos granos tengo en esta mano?
No había allí ya ningún fantasma que pudiese responder a la pregunta.
Fuente: Carne de zen huesos de zen, antología de historias antiguas del budismo zen de Edaf

La cosa más bella


¿El día más bello?
Hoy

¿El obstáculo más grande?
El miedo

¿La raíz de todos los males?
El egoísmo

¿La peor derrota?
El desaliento

¿La primera necesidad?
Comunicarse

¿El misterio más grande?
La muerte

¿La persona más peligrosa?
La mentirosa

¿El regalo más bello?
El perdón

¿La ruta más rápida?
El camino correcto

¿El resguardo más eficaz?
La sonrisa

¿La mayor satisfacción?
El deber cumplido

¿Las personas más necesitadas?
Los padres

¿La cosa más fácil?
Equivocarse

¿El error mayor?
Abandonarse

¿La distracción más bella?
El trabajo

¿Los mejores profesores?
Los niños

¿Lo que más hace feliz?
Ser útil a los demás

¿El peor defecto?
El malhumor

¿El sentimiento más ruin?
El rencor

¿Lo más imprescindible?
El hogar

¿La sensación más grata?
La paz interior

¿El mejor remedio?
El optimismo

¿La fuerza más potente del mundo?
La fe

¿La cosa más bella de todo?
El Amor
 
Fuente: oración de la Madre Teresa de Calcuta 

Muero de ti


No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.

Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.

Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
en mi cama en que faltas,
en la calle donde mi brazo va vacío,
en el cine y los parques, los tranvías,
los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza
y mi mano tu mano
y todo yo te sé como yo mismo.

Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
y en el lugar en que el aire se acaba
cuando te echo mi piel encima
y nos conocemos en nosotros, separados del mundo,
dichosa, penetrada, y cierto, interminable.

Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos
entre los dos, ahora, separados,
del uno al otro, diariamente,
cayéndonos en múltiples estatuas,
en gestos que no vemos,
en nuestras manos que nos necesitan.

Nos morimos, amor, muero en tu vientre
que no muerdo ni beso,
en tus muslos dulcísimos y vivos,
en tu carne sin fin, muero de máscaras,
de triángulos obscuros e incesantes.
 

Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas,
inconsolable, a gritos,
dentro de mí, quiero decir, te llamo,
te llaman los que nacen, los que vienen
de atrás, de ti, los que a ti llegan.
 

Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.

Jaime Sabines 

José de Espronceda

 José de Espronceda
(1808-1842)
 José de Espronceda Delgado nació el 25 de marzo de 1808 en un
lugar situado cerca de Almendralejo (Badajoz) llamado Pajares
de la Vega, perteneciente a la región autónoma de Extremadura
(España). Le fueron impuestos los nombres de José Ignacio Javier
Oriol Encarnación. Su padre, Juan José Camilo de Espronceda y
Pimentel, militar. Su madre, María del Carmen Delgado y Lara.
Espronceda tuvo tres hermanos más, pero murieron al poco tiempo
de nacer.
El mismo año de su nacimiento, España sufrió la invasión del
ejército francés al mando del emperador Napoleón, y se desencadenó
la llamada Guerra de la Independencia. Durante sus primeros años
de vida, Espronceda experimentó el peregrinaje con su familia,
al compás de las vicisitudes de la campaña bélica, empapando
sus ojos infantiles de las grandes miserias y las efímeras
glorias que trae una guerra.
Hacia 1820 la familia de Espronceda se traslada a Madrid.
Al año siguiente se le concedió una plaza en la Academia de
Artillería de Segovia, a petición de su padre, plaza que él
nunca llegó a ocupar pues estudiaba humanidades en el colegio
de San Mateo, bajo la dirección de don Alberto Lista, gran poeta
romántico, lo que muy probablemente influyó en él para decidir su
inclinación hacia el estudio de las letras y hacia la ideología
liberal. En 1823 es ejecutado en la horca el militar liberal
Rafael de Riego y Núñez, por el régimen de la monarquía absolutista
regida por Fernando VII, suceso que fue presenciado por el joven
Espronceda. A los quince años, Espronceda fundó con otros jóvenes
una sociedad masónico-patriótica llamada «Los Numantinos» y él fue
su presidente. Cuando el régimen absolutista descubrió la existencia
de esta célula secreta, que se reunían en el sótano de una céntrica
calle madrileña, encarceló a todos sus miembros. Espronceda fue
condenado a cinco años de reclusión en un convento-prisión de
Guadalajara, pero a las pocas semanas y por influencia de su padre,
que ejercía de coronel, fue absuelto. En aquel convento-prisión
fue donde empezó a escribir el poema épico "El Pelayo", de corte
clásico. En 1826 emprende viaje a Lisboa desde Gibraltar, -colonia
inglesa del sur de Andalucía-, que por aquellos años reunía a gran
cantidad de liberales españoles.
En la capital portuguesa, Espronceda conoció a una joven de 16
años llamada Teresa Mancha, hija de un militar español emigrado
a Lisboa por sus ideas liberales. A finales de 1827 Espronceda
sale para Inglaterra, país donde existía gran número de emigrados
españoles. Tambíen sale para dicho país el militar Mancha con
toda su familia. De allí partiría para Holanda y al poco tiempo
hacia París, donde posiblemente combatió en las barricadas de
la revolución de julio de 1830, uno de cuyos triunfos fue
destronar a la monarquía absolutista de los Borbones.
De aquello saldría el primer monarca liberal-burgués, Luis Felipe
de Orleans. De allí, el poeta intenta pasar a España con una columna
de liberales al mando del guerrillero "Chapalangarra". Fracasaron
totalmente en el intento y nuestro poeta vuelve a París. De allí,
en 1831 se trasladó a Londres, donde la familia Mancha llevaban una
vida de honrada miseria. Cuando Espronceda regresa a Londres,
la situación de estrechez había conducido a Teresa a casarse con
Gregorio del Bayo, rico comerciante vizcaíno-español establecido
en Londres, quien le daba todo a su esposa, menos amor, puesto
que le llevaba muchos años. Al reencontrarse con su amado,
renació en Teresa el recuerdo de su amor en Lisboa, anidando
en ambos la idea de la fuga. Teresa tenía que ir a París con
su marido y allí la esperó Espronceda. En la noche del 15 de
octubre de 1831 ella abandonó el hotel donde se hospedaba y se
fugó con su amante. En 1833, acogiéndose a la amnistía general
a favor de todos los liberales emigrados, los amantes José y Teresa,
pasan a España, a vivir en Madrid, dejando este breve periodo en el
ánimo del poeta, imborrables recuerdos. Pero quien fue capaz de
abandonar a su esposo y a un hijo que había tenido en su matrimonio,
lo fue también al ir olvidando aquel amor e irlo sustituyendo por
caprichos de casquivana. El genio altanero de Espronceda tampoco
contribuyó a la paz del hogar, y así vino a suceder que Teresa
se fugara a Valladolid cierto día con un tal don Alfonso,
abandonando a Espronceda y a Blanca, la hija de ambos. El poeta
logra reunirse con ella en dicha ciudad, durando la reconciliación
poco tiempo, pues Espronceda es nuevamente perseguido por sus ideas
liberales y tiene que refugiarse en casa de un amigo. Teresa, siguió
llevando una vida inquieta, hasta que en 1839 murió de tuberculosis,
siendo enterrada de limosna en Madrid.
Después, Espronceda ingresa en el cuerpo de Guardias de Corps, pero
debido a la publicación de una poesía liberal-patriótica, es expulsado
a Cuéllar, pueblo de Castilla la Vieja, donde escribe su única novela:
"Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar" Vuelve a Madrid y llega a
ser diputado y fundador de varios periódicos de tendencia liberal o
democrática. En 1840 publica dos libros de poesías: "Poesías" y
"Diablo Mundo". Al año siguiente, es destinado a la embajada
española en Holanda. Al poco tiempo regresa a España, para ocupar
el cargo de diputado por la provincia de Almería, y en el año 1842,
un miércoles 25 de mayo, muere Espronceda a la edad de 34 años, como
consecuencia de una difteria a la laringe.
* * *
El estilo poético de José de Espronceda se incluye dentro del género
del romanticismo, corriente político-cultural europea perteneciente
a la primera mitad del siglo XIX. En su verso encendido y lleno de
evocaciones líricas y patrioticas, desde una optica liberal de ver
la vida, puede vislumbrarse el impetu juvenil con el que está escrita
toda su obra poética, que ha sido dividida en tres secciones:
El poema épico; las poesías líricas; sus obras dramáticas.
Entre las poesías líricas destacan "Canto a Teresa", intercalado
en "A Jarifa en una orgía"; "El Diablo Mundo"; "El verdugo";
"El mendigo"; "El sol"; "La Canción del Pirata"; el gran poema
"El Estudiante de Salamanca"; etc.. Por último, el grupo de sus
obras dramáticas, entre las que figuran "Blanca de Borbón", "Ni
el tío ni el sobrino", "Amor venga sus agravios".
Vivimos en una época de escepticismo, que presume de insensible,
racionalista y objetiva, sobre todo cuando se muestran sinceros
mensajes de un joven corazón exaltado y sensible como el de José
de Espronceda; y al ver cómo muy pocos vibran con ellos, se siente
que aumenta la simpatía por el príncipe de los románticos españoles. 

Refranes (10)

Al hombre de trato llano, gusta darle la mano.
Al hombre duro, lanza en mano y vino puro.
Al hombre enfadado dale de lado.
Al hombre harto, las cerezas le amargan.
Al hombre honrado, todo lo cuesta caro.
Al hombre hueco, sopa verde y almendro seco.
Al hombre inocente, Dios le endereza la simiente.
Al hombre jugador y al caballo corredor poco les dura el honor.
Al hombre le falta paciencia y a la mujer le sobra insistencia.
Al hombre listo y tunante, no hay quien le eche el pie delante.
Al hombre mayor, dale honor.
Al hombre osado, la fortuna le da la mano.
Al hombre pobre no le salen ladrones.
Al hombre se le mide de cejas para arriba.
Al hombre valiente, espada corta.
Al hombre y al oso, lo feo lo hace hermoso.
Al hombre, por el verbo, y al toro por los cuernos.
Al ingrato, con la punta del zapato.
Al invierno no se lo come el lobo.
Al lavar de los cestos haremos la cuenta.
Al leñador, caza, y al cazador leña.
Al lobo hay que matarlo en su propia madriguera.
Al loco y al aire, darles calle.
Al loco y al fraile, aire.
Al maestro, cuchillada presto.
Al mal caballo, espuela; a la mala mujer, palo que le duela.
Al mal cocinero le estorban hasta las cucharas.
Al mal encuentro, darle la mano y mudar asiente.
Al mal hecho, ruego y pecho.
Al mal pagador, más vale darle que prestarle.
Al mal pagador, plazo corto es lo mejor.
Al mal segador, la paja le estorba.
Al mal tiempo buena cara, y al hambre guitarrazos.
Al mal tiempo, alpargatas blancas.
Al marido, amarle como amigo y temerle como enemigo.
Al más chico muerde el perro.
Al mayor peligro, el mayor auxilio.
Al médico, confesor y letrado, no le traigas engañado.
Al mejor cazador se le va una liebre.
Al mejor cazador se le va viva la liebre.
Al mejor nadador se lo lleva el río.
Al mejor pastor, el lobo le roba una oveja.
Al miserable y al pobre todo les cuesta el doble.
Al molino y a la esposa, siempre le falta alguna cosa.
Al músico viejo le queda el compás.
Al niño besa quien besar a la madre quisiera.
Al niño y al mulo, en el culo.
Al padre, si fuere bueno, sírvele, y si malo, súfrele.
Al pagar dinero, pesar y duelo.
Al pan duro, duro con ello. Y al pan caliente, con aceite.
Al pan pan y al vino vino, y el gazpacho con pepino.
Al pan pan y al vino vino.
Al pan se arrima el perro.
Al papel y a la mujer, hasta el culo le has de ver.
Al pasar el río, vale más la cuerda que el trigo.
Al pasar San Antón, sastres al sol.
Al peligro, con tiempo, y al remedio, con tiento.
Al perro más desmedrado dan el mejor bocado.
Al perro que es traicionero, no le vuelvas el trasero.
Al perro y al gato no les pongas en el mismo plato.
Al perro, échale un hueso, y se amansará con eso.
Al pescado dormilón, se lo traga el tiburón.
Al pez, una vez.
Al pie del monte, se ahúma el capote.
Al pobre le falta un poco; al avaro, todo.
Al pobre no hay bien que no le falte ni mal que no le sobre.
Al pobre y al feo todo se le va en deseo.
Al potro que le alabe otro.
Al potro y al niño, con cariño.
Al principio y al fin, abril suele ser vil.
Al que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
Al que bebe vino le huele el hocico.
Al que come bien el pan, es pecado darle carne.
Al que de ajeno se viste, en la calle lo desnudan.
Al que Dios ha de ayudar, sábele bien hallar.
Al que Dios se lo da que San Pedro se lo bendiga.
Al que es de muerte, el agua le es fuerte.
Al que es de vida, el agua le es medicina.
Al que esta borracho, todo el mundo le convida.
Al que fortuna lo viste, fortuna le desnuda.
Al que huye del trabajo, el trabajo le persigue.
Al que le caiga el sayo que se lo ponga.
Al que madruga Dios le ayuda.
Al que mucho se agacha, el culo se le ve.
Al que no fuma ni bebe vino, le huele la boca a niño.
Al que no usa bragas, las costuras le hacen llagas.
Al que nunca bebe vino no le fíes ni un comino.
Al que quiere saber, mentiras a él.
Al que se casa una vez, dan corona de paciencia; y al que dos, capirote de demencia.