divendres, 28 de gener del 2011

Y ya lo he dicho todo

Hoy, como todos los días que han pasado 
desde que no estas a mi lado, 
es otro día nublado.
Hoy me he dado cuenta que haga lo que haga,
diga lo que diga, no voy a lograr
que cambies de parecer.
Sé que no solo el amor es lo importante,
y que no solo de amor se vive,
pero alguien dijo por ahí,
que el amor lo puede todo
y el amor lo cura todo;
tal vez mi amor no pudo
hacer que cambies de opinión ,
ni curó las heridas
que yo misma un día te causé.
Tal vez ya lo he dicho todo y
solo me queda esperar que
el tiempo me de otra oportunidad,
tal vez al lado de otra persona,
pero no mejor que tú.
Tal vez mi corazón otra vez
se vuelva a enamorar,
pero no con la misma fuerza
ni de la misma manera
de la que se enamoró de ti.
Tal vez ya lo he dicho todo,
y yo sea un cero a tu izquierda,
quizá yo no valga nada hoy
y quizás nunca.
Pero tan solo me queda
un bonito recuerdo de
que un día tuve un gran amor
y no me importa decirlo ni gritarlo,
yo tuve un gran amor!
Yo tengo un gran amor!
Tal vez ya lo he dicho todo.
Pero me atrevo a repetir
lo mucho que te amo y
que estoy dispuesta
a esperarte el tiempo
que sea necesario.
Tal vez ya lo he dicho todo.
O no haya dicho nada,
la verdad es que ya no hay
nada que decir,
tan solo me queda
esperar que el tiempo
se encargue de devolverme
a mi amor o de definitivamente
llevárselo para siempre.
Y ya lo he dicho todo.


Texto Teoista

Habla simplemente cuando sea necesario. Piensa lo que vas a decir antes de abrir la boca. Sé breve y preciso ya que cada vez que dejas salir una palabra por la boca, dejas salir al mismo tiempo una parte de tu chi. De esta manera aprenderás a desarrollar el arte de hablar sin perder energía. Nunca hagas promesas que no puedas cumplir. No te quejes y no utilices en tu vocabulario palabras que proyecten imágenes negativas porque se producirá alrededor de ti todo lo que has fabricado con tus palabras cargadas de chi.

Si no tienes nada bueno, verdadero y útil, es mejor quedarse callado y no decir nada. Aprende a ser como un espejo, escucha y refleja la energía. El universo mismo es el mejor ejemplo de un espejo que la naturaleza nos ha dado porque el universo acepta sin condiciones nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras palabras, nuestras acciones y nos envía el reflejo de nuestra propia energía bajo la forma de las diferentes circunstancias que se presentan en nuestra vida.

Si te identificas con el éxito, tendrás éxito. Si te identificas con el fracaso, tendrás fracasos. Así podemos observar que las circunstancias que vivimos son simplemente manifestaciones externas del contenido de nuestra habladuría interna. Aprende a ser como el universo, escuchando y reflejando la energía sin emociones densas y sin prejuicios, siendo como un espejo sin emociones aprendemos a hablar de otra manera. Con el mental tranquilo y en silencio, sin darle oportunidad de imponerse con sus opiniones personales y evitando que tenga reacciones emocionales excesivas, simplemente permite que una comunicación sincera y fluida exista. No te des mucha importancia, sé humilde pues cuanto más te muestras superior, inteligente y prepotente, más te vuelves prisionero de tu propia imagen y vives en un mundo de tensión e ilusiones.

Sé discreto, preserva tu vida íntima, de esta manera te liberas de la opinión de los otros y llevarás una vida tranquila volviéndote invisible, misterioso, indefinible e insondable como el Tao. No compitas con los demás, vuélvete como la tierra que nos nutre que nos da de lo que necesitamos. Ayuda a los otros a percibir sus cualidades, sus virtudes y a brillar. El espíritu competitivo hace que crezca el ego y crea conflictos inevitablemente. Ten confianza en ti mismo, preserva tu paz interna evitando entrar en la provocación y en las trampas de los otros.

No te comprometas fácilmente. Si actúas de manera precipitada sin tomar consciencia profundamente de la situación te vas a crear complicaciones. La gente no tiene confianza en aquellos que dicen sí muy fácilmente porque saben que ese famoso sí no es sólido y le falta valor. Toma un momento de silencio interno para considerar todo lo que se presenta y toma tu decisión después. Así desarrollarás la confianza en ti mismo y la sabiduría. Si realmente hay algo que no sabes o que no tienes la respuesta a la pregunta que te han hecho, acéptalo. El hecho de no saber es muy incómodo para el ego porque le gusta saber todo, siempre tener razón y siempre dar su opinión muy personal. En realidad el ego no sabe nada, simplemente hace ver que sabe.

Evita el hecho de juzgar y de criticar, el Tao es imparcial y sin juicios, no critica a la gente, tiene una compasión infinita y no conoce la dualidad. Cada vez que juzgas a alguien lo único que haces es expresar tu opinión muy personal, y es una pérdida de energía, es puro ruido. Juzgar es una manera de esconder sus propias debilidades. El sabio tolera todo y no dirá ni una palabra.

Recuerda que todo lo que te molesta de los otros es una proyección de todo lo que todavía no has resuelto de ti mismo. Deja que cada quien resuelva sus propios problemas y concentra tu energía en tu propia vida. Ocúpate de ti mismo, no te defiendas. Cuando tratas de defenderte en realidad estás dándole demasiada importancia a las palabras de los otros y le das más fuerza a su agresión. Si aceptas el no defenderte estás mostrando que las opiniones de los demás no te afectan, que son simplemente opiniones y que no necesitas convencer a los otros para ser feliz. Tu silencio interno te vuelve impasible. Haz regularmente un ayuno de la palabra para volver a educar al ego que tiene la mala costumbre de hablar todo el tiempo. Practica el arte de no hablar. Toma un día a la semana para abstenerte de hablar. O por lo menos algunas horas en el día según lo permita tu organización personal. Este es un ejercicio excelente para conocer y aprender el universo del Tao ilimitado en lugar de tratar de explicar con las palabras qué es el Tao. Progresivamente desarrollarás el arte de hablar sin hablar y tu verdadera naturaleza interna reemplazará tu personalidad artificial, dejando aparecer la luz de tu corazón y el poder de la sabiduría del silencio. Gracias a esta fuerza atraerás hacia ti todo lo que necesitas para realizarte y liberarte completamente. Pero hay que tener cuidado de que el ego no se inmiscuya. El poder permanece cuando el ego se queda tranquilo y en silencio. Si tu ego se impone y abusa de este poder, el mismo poder se convertirá en un veneno, y todo tu ser se envenenará rápidamente.

Quédate en silencio, cultiva tu propio poder interno. Respeta la vida de los demás y de todo lo que existe en el mundo. No trates de forzar, manipular y controlar a los otros. Conviértete en tu propio maestro y deja a los demás ser lo que son, o lo que tienen la capacidad de ser. Dicho en otras palabras, vive siguiendo la vida sagrada del Tao.


(Texto taoísta traducido por Oscar Salazar)

Vida

“Y se dio cuenta de que la vida no era eso, la vida es caer y levantarse, y volverse a caer y volver a levantarse; la vida es alegrarte los viernes y joderte los lunes, y abrazarte a quien te abrace y a quien no te abrace pues no te abrazas y punto, y no pasa nada.”
[Película: Sexo en Nueva York]

Nadie dijo que la vida fuera fácil, ni que todo iba a ser perfecto, los momentos malos completan a los buenos y los momentos buenos complementan a los malos. No te pases la vida esperando a que llegue el momento perfecto, la palabra perfecta, la persona perfecta… coge lo que tengas y haz que sea perfecto. Porque tú decides si quieres que algo sea perfecto o no.

No hay mejor ejemplo que el amor para explicar eso, no hay nadie perfecto, el amor hace que la persona que haces te parezca perfecta porque la aceptas con sus virtudes y con sus defectos, lo bueno y lo malo, y cualquier momento vivido a su lado es perfecto de un modo o de otro.

Una mujer


Intento conciliar el sueño. Tumbada de lado en la cama, cierro al fin los ojos, y pruebo a mantener a raya los demonios con mi espada de madera.

El aire de la habitación se espesa, hay un cambio sutil e impreciso en su olor --jazmines quizás--, y me revuelvo inquieta entre las sábanas...

Ante mis ojos cerrados aparece una mujer. Camina erguida de un lado a otro del salón: es alta, morena, lleva el pelo recogido sobriamente en un moño, dejando desnuda su blanca nuca. Está ataviada con un vestido rojo --rojo sangre--, de terciopelo, ceñido a la cintura, y una camisa que le cubre recatadamente el pecho. En el cuello y las muñecas encaje blanco sobresaliendo pulcramente del vestido. No lleva joyas, ni adornos.

Está delante de una chimenea, sola, aguardando. No está impaciente, pero sí alerta. El vestido cruje con sus movimientos, y lo que a primera vista me pareció terciopelo parece convertirse en seda.

A un lado hay una jaula de pájaro vacía, con barrotes pintados de blanco, y coronada en su cúpula por un delicado racimo de uvas.

La alfombra que pisa la mujer es lujosa, oriental, roja también, de dibujos intrincados y elegantes. Absorbe sus pasos, silenciándolos, creando electricidad estática a su alrededor. Se me ocurre en ese momento que bien podrían apuñalar a alguien en ese salón y nadie distinguiría la sangre en el suelo ni las manchas en su vestido.

Es como estar viéndola por el agujero de una cerradura. Oigo el suave tic-tac de un reloj de pared. La habitación no tiene luz, quizá es de noche, quizá un escenario de teatro.

Súbitamente, tengo la sensación de que la mujer sabe que la estoy mirando, de que está allí por mí, que es a mí a quien espera. Pero no sé como he llegado hasta ella y lo que es más importante: ¿por qué?

Me resulta extraña. Su presencia es penetrante, dura, seca, y a pesar de todo eso --sorprendentemente-- me calma, me cura. Cuando me doy cuenta del efecto que produce en mí, me relajo, y cuando lo hago, comienzo a perder su imagen.

Y después se va. Y después me duermo, y hasta el amanecer no despierto.



Sin embargo me muevo


¡De cuando en cuando soy feliz!
opiné delante de un sabio
que me examinó sin pasión
y me demostró mis errores.

Tal vez no había salvación

para mis dientes averiados,
uno por uno se extraviaron
los pelos de mi cabellera:
mejor era no discutir
sobre mi tráquea cavernosa:
en cuanto al cauce coronario
estaba lleno de advertencias
como el hígado tenebroso
que no me servía de escudo
o este riñón conspirativo.
Y con mi próstata melancólica
y los caprichos de mi uretra
me conducían sin apuro
a un analítico final.

Mirando frente a frente al sabio

sin decidirme a sucumbir
le mostré que podía ver,
palpar, oír y padecer
en otra ocasión favorable.
Y que me dejara el placer
de ser amado y de querer:
me buscaría algún amor
por un mes o por una semana
o por un penúltimo día.

El hombre sabio y desdeñoso

me miró con la indiferencia
de los camellos por la luna
y decidió orgullosamente
olvidarse de mi organismo.

Desde entonces no estoy seguro

de si yo debo obedecer
a su decreto de morirme
o si debo sentirme bien
como mi cuerpo me aconseja.

Y en esta duda yo no sé

si dedicarme a meditar
o alimentarme de claveles.

Pablo Neruda

El amor que no podia ocultarse


Durante tres horas largas hice todas aquellas operaciones que denotan la impaciencia en que se sumerge un alma: consulté el reloj, le di cuerda, volví a consultarlo, le di cuerda nuevamente, y, por fin, le salté la cuerda; sacudí unas motitas que aparecían en mi traje; sacudí otras del fieltro de mi sombrero; revisé dieciocho veces todos los papeles de mi cartera; tarareé quince cuplés y dos romanzas; leí tres periódicos sin enterarme de nada de lo que decían; medité; alejé las meditaciones; volví a meditar; rectifiqué las arrugas de mi pantalón; hice caricias a un perro, propiedad del parroquiano que estaba a la derecha; di vueltas al botoncito de la cuerda de mi reloj hasta darme cuenta de que se había roto antes y que no tendría inconveniente en dejarse dar vueltas un año entero.
¡Oh! Había una razón que justificaba todo aquello. Mi amada desconocida iba a llegar de un momento a otro. Nos adorábamos por carta desde la primavera anterior.
¡Excepcional Gelda! Su amor había colmado la copa de mis ensueños, como dicen los autores de libretos para zarzuelas. Sí. Estaba muy enamorado de Gelda. Sus cartas, llenas de una gracia tierna y elegante, habían sido el lugar geométrico de mis besos.
A fuerza de entenderme con ella sólo por correo había llegado a temer que nunca podría hablarla. Sabía por varios retratos que era hermosa y distinguida como la protagonista de un cuento. Pero en el Libro de Caja del Destino estaba escrito con letra redondilla que Gelda y yo nos veríamos al fin frente a frente; y su última carta, anunciando su llegada y dándome cita en aquel café moderno -donde era imprescindible aguantar a los cinco pelmazos de la orquesta- me había colocado en el Empíreo, primer sillón de la izquierda.
Un taxi se detuvo a la puerta del café. Ágilmente bajó de él Gelda. Entró, llegó junto a mí, me tendió sus dos manos a un tiempo con una sonrisa celestial y se dejó caer en el diván con un “chic” indiscutible.
Pidió no recuerdo qué cosa y me habló de nuestros amores epistolares, de lo feliz que pensaba ser ahora, de lo que me amaba…
-También yo te quiero con toda mi alma.
-¿Qué dices? -me preguntó.
-Que yo te quiero también con toda mi alma.
-¿Qué?
Vi la horrible verdad. Gelda era sorda.
-¿Qué? -me apremiaba.
-¡Que también yo te quiero con toda mi alma! -repetí gritando.
Y me arrepentí en seguida, porque diez parroquianos se volvieron para mirarme, evidentemente molestos.
-¿De verdad que me quieres? -preguntó ella con esa pesadez propia de los enamorados y de los agentes de seguros de vida-. ¡Júramelo!
-¡Lo juro!
-¿Qué?
-¡¡Lo juro!!
-Pero dime que juras que me quieres -insistió mimosamente.
-¡¡Juro que te quiero!! -vociferé.
Veinte parroquianos me miraron con odio.
-¡Qué idiota! -susurró uno de ellos-. Eso se llama amar de viva voz.
-Entonces -siguió mi amada, ajena a aquella tormenta-, ¿no te arrepientes de que haya venido a verte?
-¡De ninguna manera! -grité decidido a arrostrarlo todo, porque me pareció estúpido sacrificar mi amor a la opinión de unos señores que hablaban del Gobierno.
-¿Y… te gusto?
-¡¡Mucho!!
-En tus cartas decías que mis ojos parecían muy melancólicos. ¿Sigues creyéndolo así?
-¡¡Sí!! -grité valerosamente-. ¡¡Tus ojos son muy melancólicos!!
-¿Y mis pestañas?
-¡¡Tus pestañas, largas, rizadísimas!!
Todo el café nos miraba. Habían callado las conversaciones y la orquesta y sólo se me oía a mí. En las cristaleras empezaron a pararse los transeúntes.
-¿Mi amor te hace dichoso?
-¡¡Dichosísimo!!
-Y cuando puedas abrazarme…
-¡¡Cuando pueda abrazarte -chillé, como si estuviera pronunciando un discurso en una plaza de Toros- creeré que estrecho contra mi corazón todas las rosas de todos los rosales del mundo!!
No sé el tiempo que seguí afrontando los rigores de la opinión ajena. Sé que, al fin, se me acercó un guardia.
-Haga el favor de no escandalizar -dijo-. Le ruego a usted y a la señorita que se vayan del local.
-¿Qué ocurre? -indagó Gelda.
-¡¡Nos echan por escándalo!!
-¡Por escándalo! -habló estupefacta-. Pero si estábamos en un rinconcito del café, ocultando nuestro amor a todo el mundo y contándonos en voz baja nuestros secretos…
Le dije que sí para no meterme en explicaciones y nos fuimos.
Ahora vivimos en una “villa” perdida en el campo, pero cuando nos amamos, acuden siempre los campesinos de las cercanías preguntando si ocurre algo grave.

Enrique Jardiel Poncela

Cuando yo muera

SONETO LXXXIX

Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos:
quiero la luz y el trigo de tus manos amadas
pasar una vez más sobre mí su frescura:
sentir la suavidad que cambió mi destino.
Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero,
quiero que tus oídos sigan oyendo el viento,
que huelas el aroma del mar que amamos juntos
y que sigas pisando la arena que pisamos.
Quiero que lo que amo siga vivo
y a ti te amé y canté sobre todas las cosas,
por eso sigue tú floreciendo, florida,
para que alcances todo lo que mi amor te ordena,
para que se pasee mi sombra por tu pelo,
para que así conozcan la razón de mi canto.

Pablo Neruda, 1959

A vivir con lo que se tiene

Estás cansada de esta vida.
Te levantas a las seis. Te duchas, limpias un poco la casa. Preparas los desayunos y bocadillos de tus hijos, mirando constantemente el reloj. Tienes que despertar a tu marido y después a las siete, antes de irte, a los niños. Todas las mañanas te peleas con ellos: no se quieren levantar, se les ha olvidado que firmes alguna notita para el colegio o tienes que buscar enseguida una caja de zapatos vacía que necesitan para trabajos manuales.
Sales corriendo para no perder el metro. Como no te has mirado en el espejo antes de salir, por la calle vas verificando tu atuendo, si tus zapatos están limpios, si tu pantalón, no está arrugado y de repente te das cuenta que te has puesto los calcetines de tu marido, esos negros que tienen un agujerito justo arriba y que no tienes ganas de coser. No te da tiempo a volver a casa. Esperemos que nadie se de cuenta.
Una vez más has perdido el metro de las siete y treinta y cinco. Te toca esperar diez minutos. Bueno eres aún un poco positiva: diez minutos de descanso sin marido, hijos, jefe ni perro. Cierras los ojos para soñar un ratito...pero no puedes, sabes que en tu mesa del despacho te dejaste un informe incompleto que tiene que salir a las once. Tratas durante estos diez minutos de tranquilidad de solucionar las dudas que tenías el viernes, antes de este final de semana agotador. No podías cerrar el informe porque te preocupaba más la merienda que prepararías al día siguiente para los amigos que tu marido había invitado para celebrar tu cumpleaños. La verdad es que hubieras preferido ir al cine o al teatro. Esto nunca es posible, no tienes tiempo, o hay un partido de fútbol o no sabes donde localizar a tu marido.
No sabes ya porque te casaste... Si es verdad, estabas enamorada, querías compartir tu vida con él, tener cuatro o cinco hijos. Con uno de muestra ya tenías bastante. Nunca te hubieras imaginado el agobio que es tener a tu cargo dos niños pequeños y otro más grande: tu marido.
Un marido es peor que un hijo. No te atiende, no te hace caso, no te ayuda y no puedes reñirle como a uno de tus vástagos. Claro como vas a reñirle: no es tu hijo, aunque él te considere algunas veces como su madre. Todo lo relativo a la casa depende de ti. Aún no sabe en que cajón están sus calzoncillos.
Pasa de todo lo que está relacionado con la parte práctica de la vida. De repente ya no sabe ni preparar una tortilla para la cena de los niños, cuando tú llegas tarde. Es mucho más fácil llevarles al bar de la esquina y que les preparen un bocadillo. Mientras tanto, él puede tomarse dos o tres cervezas, un chato de vino y probar la última botella de orujo que ha traído, Amador, el dueño del bar.
Vuelven demasiado tarde a casa y no sabes nunca donde están. Cuando llegan, ellos muertos de sueño, y él feliz de la vida, te explica que los ha llevado al bar, para ahorrarte el fregar los platos.
No tienes que fregar los platos pero, si, el suelo, ya que nadie ha sacado el perro.
Los niños se acuestan sin ducharse y sin haber preparado la cartera para el día siguiente. Regañas a tus hijos, pero ya no te oyen. Duermen.
Abres los ojos. El metro está a punto de llegar. Te levantas. Coges tu bolso, tu cartera, y la dichosa bolsa con el chándal que compraste el viernes pasado y tienes que cambiar porque es demasiado estrecho para el peque.
No entiendes lo que ocurre. Alguien te ha pegado un empujón y estás medio atontada sin el bolso que acaban de robarte.
Te ayuda Ángel, un vecino de tu urbanización. Te acompaña hasta comisaría para que pongas una denuncia. Te invita a tomar un café antes de volver a la estación y te coge de la mano para ayudarte a entrar en el compartimiento. Te estremeces. Hace ya muchos años que nadie te coge de la mano. El contacto de esta mano sobre la tuya es inquietante. Has notado algo. Algo diferente.
Te sientas y miras el reloj. Hoy llegarás con dos horas de atraso, sin bolso, sin llaves, sin dinero. Menos mal que no te han robado la cartera donde tienes el esquema del final del informe.
Vuelves a cerrar los ojos durante el trayecto hasta la oficina. Si tu marido te cogiese de la mano, te sonriera y te mirara como lo hizo Ángel esta mañana, se lo perdonarías todo. Olvidarías sus olvidos, olvidarías que sólo eres la cocinera, la mujer de la limpieza, la niñera del apartamento número nueve de la urbanización de lujo Los Cisnes.
Olvidarías que pasas muy poco tiempo con él. Olvidarías que él prefiere la compañía de sus amigos, de los vecinos de quién sea, con tal de encontrar otra cosa menos aburrida que el hogar, de demostrar que él es un hombre libre, sin atadura, que vive la vida a su aire y no tiene que rendir parte a nadie de lo que hizo durante estas horas muertas del día. Se enorgullece de que no le caerá la casa encima. A lo mejor le caerá otra cosa y no sabrá cual es...
Olvidarías que tus hijos se pasan los sábados y domingos preguntando por su padre y que lloran por que les hubiera apetecido ir al zoológico con él, en vez de darle a la pelota toda la tarde por los pasillos de la casa.
Te preguntas lo que busca este extraño con quién te casaste. ¿Que busca fuera? ¿Que quiere demostrar?
Querrá rellenar su vacío. Este vacío que ha forjado él-mismo desde joven, y que ha ido ensanchándose cada vez más, por miedo. Miedo a que lo descubran. Miedo a que todos se den cuenta de su soledad, de su angustia, de sus miedos.
Unas lágrimas caen sobre tus mejillas. No quieres pensar tanto. Te gustaría no analizar vuestra vida. Tu sicóloga ya te lo dijo. Tienes dos soluciones: le abandonas o le aguantas. No quieres abandonarle ni aguantarle.
Te faltan unos minutos para llegar a tu estación. Te pintas los labios, recoges unas mechas locas que se pasean por tu frente y abandonas el único lugar donde puedes descansar y pensar.
Menos mal que tus compañeros de trabajo son simpáticos. Sus bromas te hacen olvidar tus penas, las sombras grises que oscurecen tu vida.
Ellos parecen felices. Hablan de sus parejas, hablan de lo que hacen juntos, hablan de su futuro.


Tú venías

No me has hecho sufrir
sino esperar.

Aquellas horas
enmarañadas, llenas
de serpientes,
cuando
se me caía el alma y me ahogaba,
tú venías andando,
tú venías desnuda y arañada,
tú llegabas sangrienta hasta mi lecho,
novia mía,
y entonces
toda la noche caminamos
durmiendo
y cuando despertamos
eras intacta y nueva,
como si el grave viento de los sueños
de nuevo hubiera dado
fuego a tu cabellera
y en trigo y plata hubiera sumergido
tu cuerpo hasta dejarlo deslumbrante.

Yo no sufrí, amor mío,
yo sólo te esperaba.
Tenías que cambiar de corazón
y de mirada
después de haber tocado la profunda
zona de mar que te entregó mi pecho.
Tenías que salir del agua
pura como una gota levantada
por una ola nocturna.

Novia mía, tuviste
que morir y nacer, yo te esperaba.
Yo no sufrí buscándote,
sabía que vendrías,
una nueva mujer con lo que adoro
de la que no adoraba,
con tus ojos, tus manos y tu boca
pero con otro corazón
que amaneció a mi lado
como si siempre hubiera estado allí
para seguir conmigo para siempre.
 
Pablo Neruda