divendres, 9 de setembre del 2011

Fer-me feliç


No veus la lluna plorant perquè veu que els meus ulls ploren,
no veus que ella sospira perquè encara no estem junts,
no veus com et demana que amb mi estiguis de seguida,
perquè no pots complaure-la i així fer-la molt feliç ?

No veus que el sol s’oblida de brillar com abans feia,
... no veus com ell s’amaga si ha de veure’ns tan distants,
no veus com ho te clar que et necessito cada dia,
perquè no pots complaure’l i així fer-lo molt feliç ?

No deixis que la lluna s’acostumi a estar tan trista,
ni que el sol ara es pensi que es normal de no sortir,
ells son el clar mirall on em vaig veient reflectida,
perquè no pots complaure’ls i així fer-me molt feliç ?


El libro de la vida

Cada día la vida te ofrece una página en blanco del libro de tu existencia.
Tu pasado ya está escrito y no puedes corregirlo; en sus páginas puedes encontrar tu historia, algunas con suaves colores, otras con oscuros matices…
Recuerdos bellos de tiempos gratos o páginas que quisieras arrancar para siempre…
Este día tienes la oportunidad de escribir una página más.
Está únicamente en tus manos escoger los colores que tendrá, pues aún en la adversidad puedes poner matices de serenidad para convertirla en una bella experiencia.
¿Cómo escribirás el día de hoy?
Sólo depende de tu voluntad y optimismo hacer que la página del día de hoy en el libro de tu vida, sea una página que en el futuro puedas atesorar como un bello recuerdo.
Si supieras que sólo vas a vivir un día más, ¿qué harías?
Sin duda, te pondrías en contigo mismo y con los que te rodean, disfrutarías de los rayos del sol, de la suave brisa, de la alegría de tus hijos, del amor de tu pareja, de tantas bendiciones que la vida nos pone al alcance de la mano y que muchas veces no sabemos valorar.
Disfruta este nuevo día, haz un inventario mental de todas las cosas buenas que existen en tu vida y vive cada hora con buen ánimo, dando lo mejor de ti, no dañes a nadie y siéntete feliz de estar vivo, de poder regalar una sonrisa, de ofrecer tu mano y tu ayuda generosa.
Nunca es tarde para cambiar el rumbo y empezar a escribir páginas de dicha y paz en el libro de la vida.
Agradece a Dios el regalo que te da hoy y la oportunidad de convertir este día en una página bella del libro de tu existencia.
Recuerda que a pesar de todas las situaciones adversas, está únicamente en tus manos vivir el día de hoy… …como si fuera el primero, como si fuera el último, como si fuera el único en el libro de tu vida.


Lo que yo quiero


Que nadie me conozca y que nadie me quiera.
  Que nadie se preocupe de mi triste destino.
  Quiero ser incansable y eterno peregrino
  que camina sin rumbo porque nadie le espera.
  
  Que no sepan mi vida, ni yo sepa la ajena.
  Que ignore todo el mundo si soy triste o dichoso.
  Quiero ser una gota en un mar tempestuoso
  o en inmenso desierto, un granito de arena..
  
  Caminar mundo adentro solo con mis dolores.
  Nómada, sin amigos, sin amor, sin anhelos,
  que mi hogar sea el camino, y mi techo sea el cielo
  y mi lecho las hojas de algún árbol sin flores..  .
  
  Cuando ya tenga polvo de todos los caminos
  Cuando ya esté cansado de luchar con mi suerte,
  me lanzaré en la noche sin luna,  hacia la muerte.
  de donde no regresan jamás los peregrinos.
  
  Y morir una tarde cuando el sol triste alumbre,
  descendiendo  un  camino o ascendiendo una cumbre,
  pero donde no haya  quien me pueda enterrar.
  Que mis restos ya polvo los disipen los vientos,
  para que cuando  ella  sienta remordimientos
  no se encuentre mi  tumba, ni me pueda rezar...

 

El hombre que me comienza los sueños


Tengo cuarenta y dos años, la vida me persigue día a día y me empuja, seguramente hacia la muerte y el olvido. Es así y no puedo más que lamentarlo cuando lo pienso. Si no lo pienso, no creo que me haya distraído y haya ganado un tiempo de sosiego. Muy al contrario, creo que me he engañado, malgastado esperanzas vanas. Por las noches, cuando el tedio del insomnio amenaza con hacerse más amargo; cuando no quita el desasosiego mirar una película, por más absorbente, salvaje o porno que sea; para no hablar de las pocas opciones de un libro de versos poderosos, ni del diario del día, ya acabado, ni de una revista casual; cuando se piensa que pensar resulta innecesario y que el amor sólo le despista minutos a la pobre noche. Perdidas todas las esperanzas de hallar el hilo cálido del sueño y de no desear ni soltar en la víspera de nadie humo de maría, acechando las ventanas iluminadas de las casas de enfrente que juegan a on-off. Por no pasar nada, ni coches pasan, ni llueve. Tampoco suena el teléfono (¿por qué habría de hacerlo a tamañas horas de la noche?), ni hay tarea en que ocuparse (¿para qué, si mañana será todo mañana para hacerla?). No sirve de nada contar segundos sin equivocarse, porque siempre son los mismos. Puede que se diferencien menos que una hora de otra hora y, sin ninguna duda, que un día de otro día. Aunque a los cuarenta y dos años se confunden los días y los segundos y hasta algún que otro año.

Es entonces cuando recuerdo al hombre que me comienza los sueños. Hace más de treinta años y no he perdido su viva imagen. No tuvo prisa en que yo cenase, no tiene prisa en que me acueste. Más adelante, no la tendrá en que me duerma. Porque lo que le agrada es convencerme de que las cosas pasan incluso si uno no lo quiere. Las buenas, las malas y, aún más, las de todos los días. Como el tiempo necesario para que un niño pequeño cene, se desvista, se ponga el pijama, se acurruque en su cama y comience a escuchar cómo le comienzan los sueños. El hombre que me comienza los sueños no me persigue por los pasillos ni me llama al orden. No mira con impaciencia el reloj que hace rato ha marcado la hora en que los niños se van a la cama. Ni siquiera hace caso de mis gestos lentos y distraídos que alargan el tiempo, que lo estiran contra mí mismo, contra el sueño que tendré mañana cuando el hombre que me comienza los sueños encienda la luz de la habitación, se siente a los pies de la cama y diga como quien ha pasado la noche velando un cuerpo:

—Es hora de comenzar a contar las horas que tiene el día que comienza.

Y yo, cada día, pensaba en las muchas horas que había para contar las horas que en el día había, y lamentaba, sin encolerizarme, que fuese justamente aquél el momento en que debía comenzar a perseguir las manecillas de los relojes. Del nuevo reloj de pulsera, a las ocho. Del despertador de cuerda de cada noche, a las ocho y cinco. Del reloj de pilas de la cocina, a las ocho y cuarto. Del reloj de cuerda suizo del comedor entre y veinte e y veinticinco. De los relojes de péndulo del recibidor, sonando la media... Ahora conozco el tiempo. Sé lo que dura un segundo y soy capaz de contar hasta doscientos con un pequeño error de tres o cuatro de más o de menos. Puedo vivir media hora con los ojos cerrados sin equivocarme más de medio minuto si imagino que son las ocho, las ocho y cinco, las ocho y cuarto, las ocho y veinte, y veinticinco. El reloj de péndulo anuncia las ocho y media, es justamente el momento en que salta la cuerda y se libera el percutor de otro reloj de pared, que arranca un sonido grave a la espiral metálica que vibra por primera vez y es golpeada y produce un segundo toque de ocho y media. Son las ocho y media.

Antes de que suene, ya puedo advertir en el reloj del despacho una energía viva segundos antes de que anuncie la media y la muerte de su anuncio. Y después oigo cómo lo oye el vecino. Ya tengo cuarenta y dos años, acabados de sonar y un poco más. Hay quien me ha felicitado por mi cumpleaños, hay quien no lo ha recordado y lo hará mañana o el año que viene, si es que lo recuerda. La mayoría, sin embargo, no pueden imaginarse a sí mismos felicitándome porque ni siquiera saben que existo y que vivo en esta calle —a la que muchos conocen más que a mi existencia— de esta ciudad —que casi todos conocen—. Y no es más grande, ni más elegante, ni más alegre, ni más histórica que cualquier otra, pero todos saben como mínimo su nombre, y muchos pueden decirte en qué país está, situarla en un punto del mapa y dar las instrucciones necesarias para llegar a ella. Pero no saben que son muchas las noches en que los pienso, uno por uno. En ellos, que no me conocen y que pueden vivir sin que les pase un relámpago de mí por el cerebro, a diferencia de lo que me pasa cuando me encandila la sensatez de pensarlos, uno por uno.

Sólo si puedo recordar al hombre que me comienza los sueños la noche se vuelve más plácida y breve, como la ilusión de un día luminoso de verano que se cuenta a los amigos.
 
Jaume Capó Frau
Jaume Capó Frau
Jaume Capó Frau